ay muchas personas que se preguntan qué está sucediendo en Nicaragua, ese país de poco más de seis millones y medio de habitantes en el que Daniel Ortega y su compañera y vicepresidenta, Rosario Murillo, aspiran al cuarto mandato consecutivo. ¿Han perdido demasiados apoyos y la anulación de la oposición es fruto de su nerviosismo ante la posibilidad real de perder el poder? ¿Conseguirán su objetivo de mantenerlo?
En el enfoque de este comentario nos preguntamos si esta pareja, que tanto se ha acercado últimamente a un determinado espiritualismo carismático, con sus afectos y desafectos en relación a la Iglesia católica, actúan desde su propia perspectiva errática o en realidad continúan una cosmovisión providencialista y pragmática-resignada que ha estado presente en el desarrollo histórico nicaragüense, como afirma el profesor Andrés Pérez Baldotano, que define la actual situación del partido de Ortega, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, como un neosandinismo danielista, y se pregunta hasta qué punto ha sabido adaptarse en distintos momentos a esa cosmovisión.
Cuando hablamos de providencialismo no nos referimos sólo a Nicaragua, pues está presente en toda América latina. En un concepto democrático de la organización social, las personas y los pueblos tienen la capacidad de cambiar su destino. El providencialismo observa la historia como un proceso en el que Dios, o Diosito, tiene un papel sobre el destino, lo cual influye en la manera de entender el poder y de actuar frente a él. Tal providencialismo favorece esa aceptación de que unas fuerzas ajenas a su voluntad condicionan su historia.
Muchas años antes del triunfo de la revolución sandinista en 1979, las élites utilizaban la idea de Dios para legitimar el uso del poder tal y como se llevaba a cabo. Y la intervención interesada de EEUU también era un sustituto de la providencia, dada su presencia constante. Los cambios de gobierno, con promesas de dicha y prosperidad, siempre llegaban del norte, por lo que la visión pragmática y resignada tiene sus antecedentes.
Cuando Sandino inició su lucha por la soberanía del país, algunos sectores vieron en él la no resignación a vivir bajo la voluntad de Dios y EEUU, pero fue asesinado en 1934 y Nicaragua quedó a merced de Anastasio Somoza como dictador presidente, subordinado a EEUU. El somocismo duró hasta 1979, año en el que fue derrocado por la revolución popular liderada por el FSLN, aunque con Ronald Reagan en la Casa Blanca en 1981, no lo tuvieron fácil, pues EEUU apoyó un ejército contrarrevolucionario y en la guerra civil murieron decenas de miles de personas.
No olvidemos que en los años 60 habían triunfado movimientos anticoloniales en África, comenzaba la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, se produce la revolución cultural china y también la revolución cubana. En la década de 1960, además, la Iglesia católica organizó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Su espíritu progresista facilitó el desarrollo de la teología de la liberación donde Dios acompaña la participación humana en la lucha por la liberación espiritual y material. Desde Nicaragua llegó a muchos lugares, incluidas mis estanterías, la poesía de Ernesto Cardenal, luego ministro de cultura. El caso es que el FSLN se alió con la Iglesia popular, pero se enfrentó a las autoridades de la Iglesia católica y tuvo su culmen en la postura de Juan Pablo II frente al socialismo y la teología de la liberación que estuvo latente en algunos sectores del sandinismo.
En las elecciones de 1989, la Iglesia católica jugó un papel importante en la victoria de Violeta Chamorro, lo que tuvo un gran valor simbólico para el Vaticano. Juan Pablo II lo celebró como el fin de la revolución, y resultó muy mediática la regañina del papa a Ernesto Cardenal. Y con el gobierno de Violeta Chamorro aflora de nuevo esa visión providencialista del poder y de la historia, así como la cultura política pragmática-resignada, presente en Nicaragua en su historia anterior a la revolución: discurso político cargado de religiosidad, catolicismo conservador y proliferación de iglesias pentecostales donde el devenir de la humanidad depende de “los designios insondables de la divinidad”.
En este contexto, en la campaña de las elecciones presidenciales de 1996, aniversario de la Revolución Sandinista, el candidato del FSNL Daniel Ortega, hizo guiños a la Providencia para marcar una posición más centrista, pero los obispos nicaragüenses desconfiaban del nuevo discurso de Ortega y encontraron en el cardenal Obando una influencia opositora. El nuevo presidente, Arnoldo Alemán, en el discurso inaugural, imploró a la Virgen María para no alejarse de las necesidades de los pobres y puso por testigo al cardenal Obando, pero en la práctica fue un gobierno corrupto.
En 1998, Ortega fue acusado de violación por Zoilamérica Narváez Murillo, su hijastra. Las acusaciones fueron importantes, pero después de un tiempo su propia madre, Rosario Murillo, las cuestionó. La justicia de Nicaragua no dio curso a la denuncia, aunque un gran número de observadores consideran que Rosario Murillo se sacrificó a cambio de compartir el poder con su marido, y este dato es algo más que una anécdota.
En los comicios de 2001, el discurso político de Ortega y Enrique Bolaños, el triunfador en las elecciones, estuvo teñido de religiosidad, pero el cardenal Obando seguía desconfiando del FSLN. Esta derrota exacerbó el pragmatismo del FSNL para establecer nueva relación de colaboración con el cardenal Obando que al final terminó aceptándola. En 2006 Daniel Ortega gana las elecciones en el contexto de esa nueva relación, y en 2007, Rosario Murillo, su compañera dice en un discurso: No al aborto, sí a la vida. Sí a las creencias religiosas; sí a la fe; sí a la búsqueda de Dios.
Ortega fue reelegido en las elecciones de 2011. Para entonces, la dependencia del FSLN de las autoridades de la Iglesia católica se había reducido, aunque ya tenía el capital simbólico cristiano conservador al que era sensible mucha gente, y lo utilizaba sistemáticamente. Además, las iglesias evangélicas aumentaban progresivamente su influencia en la población. En los dos mandatos de esa década de 2007 a 2017 se reforzaron las finanzas públicas con ayuda de organismos internacionales, se promovió la inversión extranjera, se compensó la recaudación tributaria con las ayudas petroleras venezolanas y se potenció una buena relación con el empresariado, mientras se implementaron algunos programas sociales del Estado y, según algunas investigaciones, también “negocios particulares vinculados a la familia presidencial”. El neosandinismo danielista ha sabido nadar y guardar la ropa, pero el nivel de vida de la población ha seguido siendo muy bajo.
En esa estrategia de adaptación, Rosario Murillo, la vicepresidenta, ha creado una especie de evangelio propio, invoca a Dios y la Virgen y reviste de misticismo a su compañero, Daniel Ortega: “Dios” y “Daniel”. Ese “evangelio” ha vuelto a chocar con la jerarquía de la Iglesia católica, cuyo número dos, Silvio Báez, ha denominado la situación como una “manipulación que se hace de la religión, pero Rosario Murillo se hace presente constantemente en la televisión nacional para transmitir sus mensajes.
Ortega, a sus 75 años, afronta una crisis política desde 2018, cuando hubo intensas manifestaciones contra un cambio en la ley de pensiones del gobierno que dejaron casi cuatrocientos muertos, miles de personas exiliadas y decenas de presos políticos, según organismos humanitarios, y agrietó la confianza empresarial dentro y fuera del país. Para contrarrestar la desaparición progresiva de esa cultura política pragmática económica anterior y reforzar esa política resignada que deja la vida en las manos de Dios y del Estado, se ha acelerado el control de las instituciones desde el aparato represivo: ejército, policía, y poder judicial, e incluso grupos paramilitares, con unas perspectivas de continuidad dinástica de una familia presidencial con un grupo económico consolidado y difícil de controlar que contrasta con la pobreza de la gente del país, que ha aumentado en el contexto de la pandemia y de los huracanes Iota y Eta, mientras sigue siendo el segundo país más pobre de la región, después de Haití. Casi un quince por ciento de la población tiene un ingreso menor de 3,20 dólares por persona y día.
En estas últimas fechas están saliendo a la luz diversas informaciones en las que aparecen los nombres de destacados dirigentes nicaragüenses, aspirantes a la presidencia en las elecciones de noviembre, que han sido encarcelados, y se está produciendo un pronunciamiento de numerosos países, y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que reclaman la liberación de las personas encarceladas y garantías para que el proceso electoral sea limpio y transparente. No está muy claro si en la preocupación internacional priman el miedo a una nueva presión migratoria desde las fronteras de Nicaragua o el interés real, con acciones posibles, para frenar el despotismo de Ortega. En la oposición se encuentran, además, quienes defienden un liberalismo económico, y sandinistas históricos que consideran que Ortega ha traicionado al sandinismo. En ese neosandinismo danielista no es difícil ver a un funcionario diciendo a la gente que hay que seguir a Jesús, mientras les invita a juntar las manos como símbolo de unidad. Aun así, parece que la pareja presidencial está tan nerviosa que va a tener dificultades para explicar que las próximas elecciones presidenciales serán justas y transparentes. Es una encrucijada histórica en la que los sectores más empobrecidos siguen siendo los más frágiles.