Éxtasis en el PP. Desenfreno en el eufórico megabalcón de Génova. La última fiesta antes de abandonar esa sede gafada por la caja b y sus discos duros rotos a machetazos. Veneración a su nueva lideresa. Isabel Díaz Ayuso queda entronizada como recambio indiscutible de Pablo Casado para cuando se tercie en un partido bastante propenso a los tropiezos electorales de hondo calado desde la caída de Mariano Rajoy, pero que ahora resurge en el escaparate más propicio, Madrid, después de sepultar a la izquierda combativa con el refrendo democrático de una desbordante participación ciudadana. Ha bastado un discurso de titular fácil, frentista contra el relato de la amenaza comunista y ese Gobierno que "nos quiere hacer más pobres subiéndonos los impuestos", sincronizado con un carpe diem sin mirar a las UCIs. Por el contrario, una noche trágica para los socialistas por su debacle y el adiós de Pablo Iglesias a la política activa, asumiendo su derrota personal. Los socialistas no solo se dejan 13 escaños por el camino sino que sufren el temido ´sorpasso´de Más Madrid en número de votos. Por tanto, una vez desarmados los enemigos y encastillada sin desgaste alguno en el poder de la Puerta del Sol, esta derecha capaz de entenderse sin escrúpulos ideológicos con Vox sitúa ya con claridad su inmediato objetivo: batir a Pedro Sánchez. La izquierda está más golpeada que nunca.
Apenas duró unos segundos la ilusión de las fuerzas del cambio en el arranque del recuento. Puro espejismo. Las largas colas de una masiva presencia durante toda la jornada en unos colegios electorales bien protegidos higiénicamente y sin incidentes no eran sinónimo de ese apoyo tradicional que se le supone a las opciones progresistas. Sencillamente venían a ratificar unas encuestas demoledoras por esclarecedoras ya desde que se inició la campaña en favor del PP. Como se preveía, la presidenta popular vapuleó a todos sus rivales con la prepotencia propia de su estilo de gobierno y se dispone a iniciar un mandato más fortalecida y con razón. Tan solo quedará a expensas de la capacidad de intimidación que exhiba el partido de Abascal, más propenso a rentabilizar este marcaje permanente y así evitar el desgaste de la acción dentro del gobierno.
La izquierda sigue teniendo un problema en Madrid, 26 años después, incapaz de resolverlo, aunque en esta ocasión se ha visto obligada a dar una imagen de aparente unidad. Jubilada Carmena, continúa sin disponer de un cabeza visible para aspirar con solvencia a las dos principales instituciones local y autonómica. En el PSOE, Ángel Gabilondo queda defenestrado de toda pugna electoral por su demostrada impericia para hincar el colmillo retorcido en una guerra caníbal desde su intelectualidad y propósito de concordia. No obstante, se ha ganado el derecho a reclamar daños y perjuicios a quienes desde La Moncloa le han arrastrado a desplegar una campaña errática y perdedora desde que fue concebida, quizá con demasiada precipitación.
En Más Madrid, a su vez, el esperado ascenso obtenido consolida justamente la capacidad discursiva y de gestión creíble de Mónica García, sobre todo porque supera por primera vez a los socialistas, aunque lejos aún de convertirse en alternativa real de Díaz Ayuso. Y, finalmente, Pablo Iglesias simboliza más que nadie una cita aciaga. Asume con el pago de su renuncia a todos los cargos en Unidas Podemos su último gran fracaso personal. Con calculada resignación ha comprobado también en las urnas la pérdida de aquel estigma del 15-M. Se sabe demasiado rechazado dentro y fuera del Gobierno y abandona. Lo deja sin haber podido ganar la ultraderecha, su auténtica bicha ideológica y personal, como ya le ocurrió en Catalunya.
Así las cosas, Sánchez debería escuchar siquiera el eco de las urnas. Es más que probable que desde su egocentrismo exhiba con prontitud una irrefrenable tentación de sacudirse la más mínima sombra de responsabilidad y mucho menos de imputación de estos desgarradores resultados para el PSOE y para la izquierda. Se equivocaría. Ayuso le ha ganado la partida emocional en la gestión del estado de alarma y no va a soltar el hueso. La candidata popular, adecuadamente espoleada por sus terminales mediáticas y la visión de Miguel Ángel Rodríguez, ha jugado con mucho acierto y una infinita dosis de insolidaridad la baza de la libertad callejera y del populacho de las terrazas, aunque tenga dudas intelectuales para explicarlo. Además, por si no le bastara ya con la ventaja que le suponía de entrada el pronosticado harakiri de Ciudadanos, la ´juanadearco´ ha dejado astutamente para otros el charco de la crispación permanente. La nueva dirigente nacional asista henchida de gozo al comprobar que suma por sí sola más escaños que toda esa izquierda junta que le situó como la pieza a batir en una campaña que será recordada por las amenazas de balas, la polarización y la imperdonable ausencia de auténticos debates sectoriales en unos tiempos de angustia social y económica, sobre todo para las clases menos favorecidas.
Sustanciadas con mensajes clarividentes las urnas madrileñas, casi a modo de prospección de la precampaña de unas generales, se abre un nuevo período político, al que, sobre todo, se le augura muchísima convulsión y debates vacuos. Sánchez no debería jugar con fuego.