l premio Nobel de economía Angus Deaton y su esposa Anne Case, han publicado recientemente el libro Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo. Es un texto para los que buscan y no se conforman con respuestas fáciles ante algunos dilemas del momento. En las primeras páginas avanzan algunas opiniones atrevidas: “Los que no aprueban los exámenes y no pasan a formar parte de la élite cosmopolita no consiguen vivir en las ciudades prósperas, de rápido crecimiento y alta tecnología, y se les asignan puestos de trabajo amenazados por la globalización y los robots. A veces, la élite puede ser arrogante respecto a sus logros, que atribuyen a su propio mérito, y despectiva respecto a quienes no tienen un título, que tuvieron una oportunidad pero la desperdiciaron. A quienes tienen una formación menor, se les subestima e incluso e incluso se les falta al respeto, se favorece que piensen en sí mismos como perdedores, y pueden llegar a sentir que el sistema está manipulado en su contra”.
Las reflexiones citadas pueden encontrar relaciones con la situación de las personas jóvenes en nuestra sociedad. Los datos que se ofrecen son preocupantes. Las cifras oficiales citan, por ejemplo, el 40% de la población de esa cohorte de edad como el peso del paro joven. No es aventurado pensar que las cifras sean superiores a las enunciadas por las fuentes oficiales, hay grupos que no aparecen en las estadísticas al uso (empleos de la economía informal, precarios sin seguridad social, ninis, etc).
Los datos indican algunos de los peligros que tiene ser joven cuando, por ejemplo, se accede al mercado laboral, como si éste no supiese adecuar la demanda a la oferta ni la oferta a la demanda, sobre todo para los que tocan esa puerta por primera vez o cuando dicen que quieren trabajar pero muchos no pueden ser integrados bajo la supervisión de los baremos preferidos que reclaman formación sociotécnica cualificada. Ser joven, perseguir empleos estables, salarios justos y temporalidad dilatada es hoy “misión para audaces”.
El empleo cualificado para los jóvenes, quizá también para otros grupos de edad, es un bien escaso, como si fuese el artículo de lujo a disposición de pocos y un bien al que cuesta acceder, pero paradójicamente tener empleo y ganar un sueldo son condiciones de partida para construirse como miembro de la generación y aspirar a tener una vida digna. La biografía se construye mejor si los sujetos jóvenes pueden crearla y con ella el itinerario vital de vida. Si por cualquier circunstancia la condición no funciona de forma fluida -y difícilmente puede realizarse con las tasas de paro citadas- el joven percibe algunas dificultades para alcanzar el objetivo y mucha fragilidad, tanta que puede llegar a ser insalvable para formar parte de la generación que le corresponde. Dicho de otra manera, las altas tasas de paro juvenil indican que el futuro es problemático para muchas personas jóvenes. Las preguntas son claras y explícitas: ¿cómo crear trabajo? ¿cómo reconstruir la sociedad laboral para los que se quedan fuera y para los que o no pueden o no saben engancharse a las redes privilegiadas de reclutamiento? Hay que tener presente que en estos casos no fallan las expectativas sino las oportunidades y el resultado puede ser la ruptura entre los que tienen trabajos remunerados, más o menos seguros, cualificados y una buena ubicación empresarial frente a los que acuden al mercado laboral en funciones auxiliares, con menos preparación profesional, salarios reducidos, contratos temporales y dificultades para insertarse en la dinámica laboral.
La paradoja es clara: en la sociedad que proclama la 4ª Revolución Industrial, los mercados laborales demuestran ser, hoy por hoy, frágiles; las fuerzas productivas y el conocimiento tecnológico segregan sectores laborales que no pueden engancharse al centro de las profesiones. El empleo -excepto en los trabajos asociados a la función pública (funcionarios), los que quedan en las islas de la sociedad laboral tradicional o los de alto contenido tecnológico-, hay que inventarlo.
Describe Oliver Nachtwey que las condiciones laborales actuales generan tres zonas distintas: una, la integración; dos, la vulnerabilidad; y tres, la desafiliación o el desacoplamiento. En la primera, predominan las relaciones laborales normales y las redes sociales están intactas. En las zonas vulnerables, predomina la ocupación insegura y se erosionan tanto la seguridad subjetiva como las redes sociales. En la zona de la desafiliación se encuentran los grupos excluidos de la participación social en casi todos los aspectos, lo que señala una nueva demarcación; la inseguridad que produce miedo. Escribe Heinz Bude que lo que constituye la realidad anímica de las capas medias y bajas en nuestras sociedades la padecen aquellos que tienen algo que perder, los que aspiran a algo, los que han creado expectativas y, por consiguiente, los que creen tener una idea aproximada de lo que les puede pasar si toman la elección equivocada o se equivocan de itinerario laboral. Se sienten inseguros en el puesto que ocupan en la escala social y conocen el miedo del miedo. La inseguridad se incrementa si el ascensor social está averiado, se estanca o, peor aún, si les empuja hacia abajo porque se rompe la línea que conecta la aspiración a la autonomía individual, el vínculo de pertenencia comunitario y el itinerario vital de vida. Si falla o se fragiliza, la pregunta es evidente: ¿cómo y desde donde se construyen como generación?
Las preguntas son nerviosas e instantáneas: ¿que es hoy ser joven? ¿un período más o menos prolongado de la vida? ¿el tiempo de preparación para “hacerse adulto”? ¿una condición social? ¿el estatus específico? ¿A qué está asociado? A formas específicas de consumo, a la creación de estilos de vida, maneras concretas de inversión en ocio y consumo y parece ser que a la relación con el mundo del trabajo donde el trabajo y el empleo “hay que inventarlos” y no están a disposición de los miembros jóvenes de la sociedad laboral.
El relevo-sustitución generacional supone aceptar la normalidad de la autopista en la que las palabras que más se escuchan dicen que los años pasan y los jóvenes se acomodan a las fases adultas de la vida. Los hitos del camino antes estaban claros: trabajo, más o menos estable, matrimonio, hijos/as, vivienda, alguna forma de propiedad, nuevas formas de relación con la familia, amistades asociadas a los estilos de vida, valores más conservadores... Hoy no está tan claro que por esta autopista se circule de esa manera. Pueden discutir todos y cada uno de los hitos direccionales construidos por la generación de sus mayores: sean el trabajo-empleo sometidos a múltiples carencias y disquisiciones, la renta familiar, los nuevos sentidos del matrimonio, cómo vivir las relaciones interpersonales, las formas de estar y pisar el mundo o crear los estilos de vida, incluso hablar de los mayores como “generación tapón”. Es como si el hecho de ser joven supusiese no encontrar el lugar construido y crearse nuevas forma de estar, en gran medida al margen de las producidas por la generación adulta.
Ser adulto no es la estación de tránsito, la forma de llegada o la forma específica de socialización sino la edad asociada a los usos específicos de socialización que sirven a esa generación, pero no está claro que sea el modelo de referencia clave ni el centro de acción generacional válida para los que vienen detrás. La edad marca formas de estar pero no traza caminos obligatorios ni los contenidos que deben seguirse. La edad adulta es la referencia para los que son adultos, el continuum socializador está en quiebra con la generación joven.
Si este diagnóstico se cumple, el relevo generacional no se produce en los términos pactados, cada generación se construye sin mirar hacia atrás o hacia arriba. La fragilidad de la sociedad laboral, el trabajo y el empleo son losas pesadas que dificultan el reconocimiento y, en algunos extremos, interrumpen el funcionamiento habitual del relevo generacional. El debate promete radicalizarse en los próximos años, hay voces que detectan el problema, hablan sobre él y lo citan, pero hasta el momento hay pocas salidas elaboradas, mucho nerviosismo y más voluntad que resultados. En los próximos años se corre el riesgo de asistir y analizar la formación de conflictos con raíces en estos problemas. La falta de empleos dignos, los salarios bajos, la fragilidad de la sociedad laboral, las incoherencias y la desconexión de las relaciones generacionales tejen la alianza para ocuparse tanto de la escasez de empleo como de las dificultades para crear itinerarios vitales de vida.
Las elites políticas y económicas deciden construir la retórica que se cita con conceptos como los de búsqueda, hallazgo, necesidad y las ilusiones basadas en que “hay que hacer” y las llamadas a la esperanza en el futuro, que está sin detectar ni definir del todo. Mientras tanto, los que hace diez años (2008-2012) padecieron la crisis económica con 20, 25 o 30 años, hoy tienen treinta, treinta y cinco o cuarenta años y los datos señalan que sus condiciones económicas y sociales no han mejorado de forma significativa, no en los términos ni las expectativas previstas.
El relevo generacional es el nuevo campo de enfrentamiento donde no se atisban arreglos eficaces, como si el problema estuviese en todas y en ninguna agenda a la vez. Tengo la impresión de que terminará imponiéndose como objetivo estratégico urgente en la agenda de todas las fuerzas políticas y económicas, pero ya con menos plazo para tomar decisiones correctas y eficaces, con más urgencias. Definitivamente, ser joven hoy no es tarea ni fácil ni sencilla, demasiados preguntas sin respuestas y demasiadas ilusiones y proyectos sin encauzar.
El autor es catedrático de Sociología UPV/EHU