E de reconocer que entre las manías que uno en sus rarezas tiene está la de observar la sonoridad de las palabras, y especialmente los sustantivos y los nombres propios. Es algo irracional que me entretiene. Qué le voy a hacer. Me llama la atención cómo suena “mamarracho”, “palangana”, “mercachifle” o “mondongo”. Y entre los apelativos, Rubén Darío me parece el nombre adecuado para un poeta de ritmo exuberante; o Gabriela Mistral, siendo un seudónimo, me resulta más propio de una cupletista que de una afamada escritora.
Manías inservibles. Me fijo en los nombres, en su fonética y también, cómo no, en su sentido irónico. Es como si entrara en el “realismo mágico” de la naturaleza humana. Entre mis favoritos está el de Casimiro Amiano, a quien sus próximos le reservaron el sobrenombre de el contorsionista. Un funcionario jubilado de la hacienda pública. Un burócrata elástico en el servicio de la intervención. Una rara avis. Un oxímoron viviente.
Otro ejemplo de mi colección de nombres es Bienvenida Malpartida, la contradictoria. “Como te digo una cosa, te digo la otra”. Esa es su máxima. Bienve llevaba el sobrenombre en el DNI. Una persona con principios. Con muchos principios. Tantos como para elegir. Por ello es marxista. De Groucho, por supuesto.
Quizá por lo de “marxista” me haya vuelto a la cabeza un nombre que cité la pasada semana: Joseba Permach. De su actividad en redes sociales extraje su última sentencia, en la que indica que solo quienes tienen principios tienen contradicciones.
Ser contradictorio no es ni bueno ni malo. Es, simplemente, tener memoria de pez y que importe un bledo la coherencia de los propios planteamientos. Contradictorio es , por ejemplo, posicionarse en los ayuntamientos vascos en contra de la ampliación de las terrazas en las calles para que los bares dispongan de más espacio de cara al público y posteriormente acusar a los demás de arruinar los negocios de los tasqueros.
Contradictorio es, igualmente, pedir que nos encierren a todos en un confinamiento domiciliario, suspendiendo toda la actividad como medida radical que paralice el país frente a la expansión del coronavirus, y acto seguido poner el grito en el cielo y sumarse a la manifestación de protesta al suspenderse la actividad en la hostelería.
Contradictorio es afirmar que se acude a Madrid a “tumbar el régimen” (Arkaitz Rodríguez) e, inmediatamente, en la presentación de una enmienda en el Parlamento, justificar su acción política en la defensa de un artículo (el 47) de la Constitución española (Oscar Matute). ¿Constitución? ¿Dependerá la “derrota del Estado” del tamaño del plato de lentejas por el que “venderse”? ¿”Tumbar el régimen” votando a favor de las cuentas de la Casa Real? ¿Del presupuesto del Ministerio de Defensa? Quizá sea demasiada la contradicción pero mucho me temo que el estómago de quienes sustentan tal paradoja están acostumbrados a tragar sables, como los faquires indios. Acetona para borrar los agravios y bicarbonato para las malas digestiones. Son las consecuencias provocadas por la costumbre de vivir acríticamente, en una disciplina incontestable y férrea.
No, no es ni bueno ni malo abundar en el contrasentido. Es, simplemente, indicio del fundamento de cada cual. El sustrato ético de cada comportamiento. Porque resulta lícito criticar con vehemencia y radicalidad la instalación de un gigante de la venta electrónica en la margen izquierda vizcaína argumentando que su puesta en marcha supondría “el apocalipsis para el pequeño comercio” (Iker Casanova) y acusar en paralelo a las autoridades de la zona (PNV) de “poner la alfombra roja” “negligentemente” al “capitalismo salvaje”. En su lógica, la de los contradictorios, es entendible demonizar un proyecto empresarial por ser “pernicioso” para la sociedad y, por el contrario, apoyar la misma industria allá donde ellos gobiernan, facilitando su instalación aunque haya que forzar el traslado de una empresa de un polígono industrial para que el “gigante” del comercio globalizado pueda aterrizar allí con todas las bendiciones. Amazón no en Sestao pero sí en Oiartzun. Es cuestión de principios.
Los principios de Iker Casanova y de quienes con él se olvidan intencionadamente de lo que hasta ayer sostenían en beneficio de su posición. Estrategas de corto recorrido con dos caras diferentes, como Jano, la deidad latina que miraba al norte y al sur al mismo tiempo. Contradictorios de conveniencia. Capaces de apoyar unos presupuestos en Madrid o en Navarra -donde su aportación ha tenido la exigua influencia de “remover” 11 millones de euros- y negarse tan siquiera a negociar las cuentas vascas porque aquí están solamente “para hacer las cosas de otra manera”. Son como el Doctor Jekyll y míster Hyde.
Fascina la ductilidad de opiniones de esta izquierda abertzale que ya dejó de serlo para ser ahora independentista. Aunque no sepamos muy bien hoy lo que será mañana.
El protagonismo político y mediático conseguido por EH Bildu con su posición favorable a los presupuestos españoles debe entenderse, en un primer estadio, por el cambio orientativo de la acción partidaria de la izquierda independentista, acostumbrada hasta ahora a la confrontación y el combate, que parecen abandonar definitivamente plegándose a la normalización democrática; bienvenidos al club. Pero, en segunda derivada, la notoriedad pública conseguida se debe a la utilización que de ello han hecho Pablo Iglesias y Podemos.
Hace unas semanas ya dejé constancia en estas líneas de la intención oculta de Pablo Iglesias por maniobrar y condicionar la estrategia de alianzas de Pedro Sánchez respecto a las cuentas públicas. Desde La Moncloa, y a falta de garantizarse el apoyo de los republicanos de Esquerra -de ahí las prisas por aprobar los presupuestos, para su trámite no coincidiera con la campaña electoral en Catalunya- , lanzaron anzuelos para pescar los diez votos de Ciudadanos en el proceso presupuestario. Podemos entendió que esa aproximación a los naranjas era mucho más que un acontecimiento puntual. Creían que había trasfondo. Que Sánchez pretendía hacer engordar a la formación de Arrimadas para, en un futuro, disponer de un nuevo socio que desplazara a Podemos del acuerdo gubernamental con los socialistas. Tal tesis no parece ser descabellada. Así que Iglesias se puso manos a la obra para torpedearla. ¿Cómo? Muy sencillo. Buscando otro posible aliado y garantizando al PSOE los votos de EH Bildu. Iglesias se convirtió en el introductor de embajadores de la izquierda abertzale y, en primer nivel, en el “hermano del alma” que Otegi necesitaba para allanar su aterrizaje en Madrid,
Algunos socialistas no desdeñaron los cinco votos de Bildu y entraron en la operación, sin percibir que tal proyecto impedía el dirigido desde La Moncloa en relación a Ciudadanos. Rasputín Iglesias había conseguido condicionar a Sánchez en su política de alianzas. Ese era su objetivo utilitarista al encumbrar a EH Bildu. El tuit enviado por Echenique el pasado jueves no deja lugar a dudas: “Arrimadas dijo que no apoyaría los presupuestos si: llevaba las políticas de Unidas Podemos, los apoyaba Bildu, salía adelante la enmienda del castellano en Cataluña. Las tres cosas han ocurrido y siguen diciendo que los quieren apoyar. No reírse de Ciudadanos por favor”. Infame arrogancia la suya.
Yo que Otegi no estaría tranquilo con Iglesias. Su falta de escrúpulos a la hora de defender sus intereses le ha utilizado beneficiándole en esta ocasión, pero nadie descarta que, si llegara el caso, le dejaría tirado como un cleenex en una papelera.
Iglesias es un político voraz. Pero le pierde la soberbia. Su interés por ganar esta partida por goleada le llevó a dar un giro de tuerca más, presentando, in extremis, la enmienda conjunta de los desahucios. Uno de los firmantes, Rufián, fue claro al señalar que dicha enmienda tenía como objetivo “torcer el brazo” al PSOE. Enmienda de una parte del gobierno contra la parte mayoritaria del gobierno. Una deslealtad manifiesta. Una más que se sumaba a un cúmulo de desavenencias y desmarques del partido morado hacia el ejecutivo de coalición.
Conociendo, de oídas, a Pedro Sánchez, no creo que la maniobra chulesca de Iglesias pase inadvertida y sin respuesta. Yo esperaría un poco a ver su reacción. Quienes sí saben de su carácter, indican que la represalia llegará en el momento adecuado. Tal vez cuando los presupuestos se hayan aprobado y las elecciones catalanas resuelto. Entonces, con la legislatura despejada, puede que Sánchez lleve a cabo su revancha. E Iglesias purgue la altanería con su propia medicina. ¿Contradictorio?
El autor es miembro del EBB de EAJ-PNV