oe Biden ha derrotado a Donald Trump y es una ocasión que merece celebrarse. No por razones partidistas, sino porque la integridad de la democracia estadounidense estaba en juego en estas elecciones y porque con la derrota de Trump termina un cuatrienio negro en la historia de la república.
Aunque ha conseguido varios millones de votos más que en 2016 gracias a una participación sin precedentes, Trump es uno de los pocos presidentes que no consigue la reelección. Su base le ha sido leal y ha conseguido también votos entre los latinos y los afroamericanos de algunos Estados, en particular en Florida, donde ha ganado holgadamente.
Es mérito de Biden haber vencido en Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, los Estados que dieron la victoria a Trump en 2016 por un estrecho margen. Los estrategas de campaña de Biden consiguieron que una parte de los votantes trumpistas sin educación universitaria en condados muy específicos (por ejemplo Detroit, en Michigan; y Scranton, en Pensilvania) dieran esta vez su apoyo al demócrata. Además, Biden restó apoyos a Trump en suburbios conservadores de clase media-alta, donde muchas mujeres blancas universitarias no han votado al republicano esta vez.
En los tres Estados, Biden ha sido capaz también de conseguir una participación suficiente de votantes afroamericanos que le han apoyado. No necesitaba los niveles conseguidos por Obama en 2008 o 2012; simplemente superar los que obtuvo Clinton en 2016.
Trump es el responsable de perder en Arizona. Este Estado tradicionalmente republicano honra la memoria del difunto senador John McCain, excombatiente en Vietnam, a quien Trump insultó y despreció públicamente. Percibiendo los riesgos electorales, sus asesores aconsejaron a Trump hace unos meses que presentara sus disculpas a Cindy, la esposa de McCain, pero Trump se negó. Los expertos locales señalan la activa campaña en favor de Biden por parte de Cindy, republicana como su difunto marido, como una de las causas principales de la derrota de Trump en ese Estado.
Trump entró en política sembrando falsedades (el bulo de que Obama no había nacido en EEUU y era por ello un presidente ilegítimo) y termina su lamentable periplo presidencial saboteando al país que todavía preside con acusaciones falsas de fraude electoral en el voto por correo que está llevando a los tribunales. Va a presionar para que alguna de sus reclamaciones llegue al Tribunal Supremo y este le dé la razón, con el potencial de conflicto y posibles episodios de violencia civil que ello conllevaría. Habrá quizá juicios y recuentos de votos en varios Estados, pero el resultado electoral no cambiará.
La pelea judicial y los recuentos socilitados por Trump deberían finalizar el 7 de diciembre. El 8 de diciembre se certifican oficialmente los resultados electorales. El 14 de diciembre el U.S. Electoral College elegirá a Joe Biden presidente de Estados Unidos. El Congreso lo ratificará el 6 de enero. El 20 de enero de 2021 Joseph R. Biden Jr. tomará posesión como presidente número 46.
Trump continuará socavando las normas y la reputación del país que ha tenido el honor de presidir, como vamos a ir viendo. Y socavando también al presidente electo Biden, una persona sensata y acostumbrado en su carrera política de casi medio siglo a pactar, across the aisle, con sus adversarios politicos.
En 1974, Barry Goldwater, John Rhodes y Hugh Scott, líderes del partido republicano, acudieron a la Casa Blanca a decirle a Nixon que su partido no le apoyaría en el proceso de impeachment (destitución) y que todo había terminado (“Mr. President, it is over”). Nixon dimitió al día siguiente.
Algunos de los correligionarios de Trump están ya tratando de convencerle de que acepte su derrota (se rumorea que también su esposa y su yerno lo han intentado). Si no ha desalojado la Casa Blanca el 20 de enero a las 12 horas de la Costa Este estadounidense, estaría violando la ley y podría ser arrestado.
Biden no solamente ha derrotado a un presidente autoritario que se ha aprovechado de las divisiones que ha fomentado deliberadamente. Es también alguien que reúne algunas de las características personales y la experiencia que Estados Unidos necesita en estos momentos.
El trumpismo no termina con el fin de Trump, pero con Biden la polarización y la crispación extremas que ha provocado frecuentemente el presidente saliente se moderarán, en algunos casos sustancialmente. No echaremos de menos el discurso de resentimiento, quejas y narcisismo de Trump.
En su primer discurso como presidente-electo el pasado 7 de noviembre, en Wilmington, Delaware, llamó a poner fin “a una era sombría de demonización”. En un país roto por el enfrentamiento politico, el nuevo presidente va a articular y transmitir un mensaje de transversalidad muy necesario ahora.
Una vez Biden comience su mandato en enero vamos a agradecer la vuelta a una normalidad casi olvidada. Se trata de volver a una lógica racional en el planteamiento de los problemas y en el desarrollo de los acontecimientos políticos. Se trata también de atenerse de nuevo a la evidencia y a los hechos y de no dar recorrido a falacias o realidades alternativas construídas con falsedades políticas o pseudo-científicas.
Derrotar a Trump era imperativo, pero muchos de los problemas de Estados Unidos continuarán sin él. Si los republicanos logran mantener el control del Senado, Biden tendrá que negociar continuamente con Mitch McConnell, el viejo senador por Kentucky y líder de la mayoría republicana, con quien mantiene una buena relación personal de muchos años como compañeros en la Cámara. McConnell no se lo va a poner fácil a Biden. Fue el artífice de la estrategia de derribo contra Obama durante los ocho años de su presidencia, una estrategia exitosa en buena medida. No consiguieron bloquear el Obamacare, que sin embargo el Supremo tiene previsto abordar -y muy probablemente derogará- esta misma semana. Biden quiere una ley sanitaria más ambiciosa que el Obamacare, pero para que se pueda aprobar es necesaria una mayoría demócrata en el Senado.
Más sencillo será conseguir, quizá en enero, un gran acuerdo federal de coordinación y asignación estratégica de recursos contra la pandemia del covid-19, algo que Biden considera prioritario. Trump es responsable de muchas muertes por su política de no hacer nada, pero los Estados gobernados por demócratas han realizado un trabajo efectivo de control epidemiógico.
En Nueva York, el gobernador Cuomo está consiguiendo mantener, desde julio, el número de nuevos casos diarios en 28 por 100.000 habitantes y el índice de contagios en el 3% de todas las PCR realizadas.
Habrá oportunidad de comentar con mayor detalle los planes de Biden y las estrategias de oposición republicana en temas fundamentales como el cambio climático, la inmigración, las cuestiones raciales, las relaciones con los aliados, las prometidas inversiones en infraestructuras y en general las políticas fiscales expansivas que podrían razonablemente llevarse a cabo.
Con Joe Biden y Kamala Harris, la primera mujer que llega a la vicepresidencia, Estados Unidos deja atrás un populismo tóxico y autoritario. Biden será un presidente centrista, empático y conciliador, acostumbrado a pactar.
Una de sus mayores fortalezas es tener la personalidad, el carácter y la experiencia necesarios para lograr apartar al país de la maligna trayectoria de división trumpista. Tiene también la firme voluntad de hacerlo. Si lo consigue, su presidencia bien podrá ser considerada un éxito.
Antes hemos de afrontar un periodo de transición que en mi artículo Juicio a Trump, del 30 de octubre, califiqué de “escenario incierto y complejo”. El presidente saliente no va a colaborar en el proceso de transferencia del poder sino que se ha empeñado en seguir desafiando peligrosamente a la democracia estadounidense.
US Fulbright Specialist, Senior Research Scholar en el MIT y Visiting Professor en London School of Economics