conomistas educados en universidades privadas, pijos liberales económicos y otros supuestos triunfadores, emprendedores de no se sabe qué, convencidos de su valía, fortaleza y suficiencia para apropiarse de una parte del mundo que creen lleva su nombre, dicen, con actitud grave, estirada, seria y creídos de total conocimiento de la realidad política, social y antropológica, que nos debemos olvidar de papá Estado, que debemos aprender a vivir sin esperar sus ayudas, que tenemos que buscarnos la vida y depender únicamente de nosotros mismos, que la política social no toca, que ha pasado de moda; y mucho menos pagar impuestos para lograr una vida digna para todos, incluso para ellos, que ahora se lleva el individualismo del emprendedor-luchador-autosuficiente, modelo propio de la escuela de los Chicago Boys, según el cual, el Estado no debe tener nada propio, que todo debe estar en manos de los mercaderes, del interés y del negocio privado.
Estos mercaderes o mercachifles, apuntados a la ideología liberal económica que preconiza que todo lo que necesita el primate humano debe ser aportado por el mercado en libre competencia individual e individualista, cuya protección, junto con la protección de la propiedad privada mediante ejército y policía, deben ser las únicas funciones de ese Estado mínimo, están poseídos, no sé si en su cerebro más primitivo o más moderno, y no sé si saben que lo están, por una concepción antropológica según la cual el individuo es un ente independiente, autosuficiente y no necesitado de ninguna sociedad para sobrevivir; y, por tanto, que no debe nada a esta de lo que tiene: conciencia, habilidades, mérito, patrimonio… Es decir, creen que ha salido totalmente dotado al mundo y se va haciendo a sí mismo sin participación de nadie que no sean sus padres, e incluso ni eso.
Es evidente que se trata de una concepción de sí mismos que nada tiene que ver con la realidad, totalmente errónea. Ejemplos para mostrarlo hay muchos. Pero antes, las disculpas por el tono provocador. Reconozco el valor de la gente emprendedora, ilusionada, esforzada, creativa, que crea empresas y sustento para sí misma y para otras. Al fin y al cabo, la mayor parte del tejido productivo es de autónomos y pymes. Lo que me parece afeable por arrogante es la actitud soberbia, digamos de los emprendedores liberales y otra gente común, de creerse autosuficientes y no deber nada a la sociedad.
Físicamente, la vida no tendría ninguna posibilidad sin los cuidados externos de los padres, tutores, o la propia sociedad; psíquicamente, el lenguaje, y con él la conciencia, así como las posibilidades de establecer relaciones interpersonales no son posibles sin el concurso de los demás, sin esa llamada urdimbre primigenia; la dependencia de la naturaleza es obvia: necesitamos la naturaleza y nos tenemos que entender con el resto para disponer de ella, mediante leyes que instituyan derechos, a no ser que lo hagamos a fuerza de garrotazos para apropiarnos de sus frutos; es más, el derecho es una relación interpersonal que exige acuerdo con los otros; las ideas culturales y el conocimiento técnico y científico desde el Homo habilis fueron donados desinteresada y gratuitamente por generaciones anteriores, sin cobrar derechos de autor ni patentes; la solidaridad y los cuidados aportados por la sociedad, principalmente por mujeres, en la producción de riqueza colectiva y en el mantenimiento de la vida en catástrofes naturales y antropogénicas están fuera de toda duda. Ni siquiera el amado mercado del liberal sería posible sin lo anterior. Dicho de una forma simple y de andar por casa: las aceras y las carreteras ya estaban puestas cuando llegó el liberal mercader. Y las aceras y carreteras no son más que una metáfora de esas condiciones sociales de posibilidad previas. Condiciones de posibilidad en forma de cuidados, educación, conocimiento, interrelaciones, leyes, también estructuras, para el desarrollo de lo que interesa al liberal: la industria, la economía y el mercado, por no mencionar la especulación, para su propio interés, pues éste es el que -dice sin demostrarlo- es el motor del desarrollo. En este sentido, el liberal quiere tener el terreno propicio para el beneficio económico pero dice que todo es mérito propio.
Además, es el primero que corre a la ventanilla del Estado para pedir ayudas en momentos de dificultad económica causada por la acumulación egoísta, esos momentos que llama crisis, como está ocurriendo ahora por el impacto de la covid-19 en la economía. Dicho de otra manera, el liberal es aquel que dice que el Estado no debe ayudar a nadie más que a él, o que el Estado de Bienestar debe ser invertido: sólo para ayudar, cuando les van mal los negocios, a quien ya tiene de sobra. Puesto que esta su incoherencia ya ha sido expuesta infinidad de veces y maneras, debemos considerar la del liberal que se cree auténtico, puro, si realmente hay alguno, de esos que dicen que, ciertamente, la supervivencia de un proyecto empresarial, por grande que sea, no debe depender de las ayudas ni rescates por parte del Estado, sino de su capacidad de adaptación, tal como ocurre en la realidad biológica, por selección natural en situaciones adversas.
Lo que este liberal propone es competitividad abierta, más o menos expuesta de esta manera: “El estado protector e interventor como satisfactor de necesidades no debe existir, solo debe existir la libertad de mercado en total competencia darwiniana, que será el sistema que aporte bienes y servicios. Cada cual es responsable de su propia vida y, si se encuentra en una situación de necesidad, hambre o miseria deberá buscar su supervivencia en este mundo de lucha y dificultades, estar dispuesto a hacer cualquier trabajo, si lo hay, o prostituirse a cambio de un pago conforme al mercado, acudir a las asociaciones de beneficencia o morir. El uso de la fuerza para conseguir alimento o agua no está permitido, y quien se muera de enfermedad o hambre debe hacerlo con dignidad y resignación”. Otra versión de su discurso puede ser ésta: “Tengo derecho a enriquecerme sin límite de acuerdo a las leyes vigentes y del mercado, aunque la mayor parte de la población se esté muriendo de enfermedad, hambre, frío o sed y lo acumulado por mí es mío y no le debo nada a nadie, nadie me lo puede arrebatar, ni el Estado, en forma de impuestos, para cubrir las necesidades mínimas de otros. La solidaridad es algo voluntario, queda en el ámbito privado, de la caridad, de la práctica religiosa”. En otras palabras, el liberal de este tipo proclama que si no naces con dinero en el bolsillo debes buscarte organizaciones de ayuda caritativa o morir.
Si es esto lo que ofrece, la convivencia democrática basada en el cumplimiento de los derechos civiles y sociales es incompatible con su pretensión, pues no puede haber convivencia donde no hay justicia social. Y, ¿dónde queda el patriotismo? ¿Se le puede decir a alguien “no esperes nada del Estado, pero sé un patriota, ama a tu país y respeta sus leyes”? Entiendo: el liberal no tiene patria, es un ciudadano del mundo, su patria es el mercado. Pero, entonces, ¿qué tipo de estima o respeto se puede sentir por el mercado y sus leyes anticomunitarias que te dicen que si no dispones de dinero con que pagar no puedes esperar nada, que vales lo que tienes? ¿No es un sinsentido respetar o mostrar sentimiento de pertenencia a algo así?
El autor es analista