arios factores coincidían en la última cumbre europea, que a lo largo de su complicado desarrollo presentó unas características muy especiales y muy diferentes de las demás cumbres ordinarias que periódicamente reúnen a las máximas autoridades políticas de Estados integrantes de la Unión Europea. El más importante de todos, sin duda, la pandemia que de forma generalizada ha afectado a todos los países de la UE y ante la que esta, a través de su máxima instancia política común -el Consejo Europeo- estaba llamada a ofrecer una respuesta con el fin de hacer frente a la mayor crisis que ha tenido Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial; cuyos efectos, no solo en el terreno sanitario sino especialmente en el económico y social, aun no es posible calibrar de forma precisa.
Por otra parte, no hay que olvidar que, antes de que estallase la pandemia, en la anterior cumbre de febrero, había quedado pendiente el tema del marco financiero plurianual (MFP) para el próximo septenio (2001-2007), que constituye una de las decisiones de mayor trascendencia ya que establece las pautas a seguir en materia presupuestaria para los próximos años. A lo que hay que añadir la cuestión del brexit, que ante el impacto de la pandemia y sus efectos en el terreno sanitario, económico y social, ha quedado completamente eclipsada. ¿Quien se acuerda ya de los problemas ocasionados por el brexit, que en enero era el tema estrella -Gran Bretaña abandona la UE ese mes- y del que ya apenas se habla? Aunque conviene recordar que este asunto dista de estar resuelto y sigue siendo una fuente de problemas que, a no dudar, van a volver a plantearse.
No es de extrañar que, en un contexto tan especial, el desarrollo de la reciente cumbre europea haya sido particularmente complicado, como se ha puesto de manifiesto en la inusualmente larga duración de las sesiones. Lo que no es sino una muestra de la dificultad para alcanzar unos acuerdos que pueden marcar la orientación en los próximos años de la Unión Europea, así como la de cada uno de los países que la integran. Sin caer en posiciones euroeufóricas, que estos días se han propagado con escaso fundamento y exceso de ligereza -se ha llegado incluso a hablar de una refundación histórica de la UE o de la apertura de una nueva transición-, lo cierto es que en los acuerdos alcanzados en la reciente cumbre europea hay novedades, muy importantes en algunos casos, que no deben pasar desapercibidas.
La primera, y principal, novedad que hay que reseñar es el importante giro que se ha podido observar (en lo que hay coincidencia general) en el tipo de medidas adoptadas en el reciente Consejo Europeo, cuya orientación difiere de forma sustancial de la que se había venido manteniendo en ocasiones anteriores; en particular, en la última crisis (2008 y años siguientes), en la que las posiciones que se mantuvieron entonces tienen muy poco que ver con las decisiones adoptadas hace unos días. Tanto en términos cuantitativos, por el volumen de recursos destinados -750.000 millones de euros, lo que resulta una cifra inédita- como, sobre todo, por la forma y los instrumentos que se habilitan para la gestión de estos recursos, mediante la combinación de transferencias y créditos en condiciones favorables para sus receptores, lo que proporciona un margen de maniobra a sus beneficiarios que contrasta con la situación que se había venido dando hasta ahora. Se trata de una actitud por parte del Consejo Europeo, y en especial de sus principales protagonistas, que contrasta fuertemente con las posiciones mantenidas hasta ahora y que constituye, sin duda, una importante novedad que, de consolidarse definitivamente como un criterio rector de la actividad del máximo órgano decisorio de la UE, puede ser determinante en su evolución.
Junto a estas novedades, es preciso también hacer una referencia a la persistencia de las inercias que han venido lastrando constantemente el desarrollo de la integración europea, que no solo no han desaparecido sino que han tenido una presencia destacada en esta cumbre, condicionando de forma importante su resultado final. Cabe reseñar, a este respecto, el predominio total de la dinámica intergubernamental en las negociaciones para conseguir los acuerdos y, correlativamente, el escaso protagonismo de las instancias comunes propiamente europeas, particularmente la Comisión, cuyo papel ha quedado completamente difuminado en las pugnas intergubernamentales; en esta ocasión, entre los autodenominados frugales, con la nueva estrella holandesa, Mark Rutte, al frente de éstos; y por otra parte los partidarios de comunitarizar una serie de medidas tendentes a reforzar la más que mejorable cohesión social en el seno de la Unión. Lo que no es, o no debería ser, un tema más a transaccionar apresuradamente en el curso de las negociaciones sobre otros temas en las cumbres sino un elemento central y cardinal del proyecto de integración europea.
Más allá de las pugnas internas en el seno del Consejo entre los partidarios de las medidas tendentes al reforzamiento de la cohesión social en el seno de UE y los que se oponen a esta orientación bajo la etiqueta de la frugalidad, que sin duda van a reproducirse en próximas sesiones de este mismo órgano, los acuerdos logrados en la reciente cumbre han tenido también una incidencia de primer orden en la vida política interna de los Estados miembros de la UE. En nuestro caso, de forma especial ya que los acuerdos alcanzados más que para resituarnos en el nuevo marco que como consecuencia se está prefigurando en la UE y, a partir de esta reubicación obrar en consecuencia, que es para lo que realmente deberían servir, están sirviendo, sobre todo a las fuerzas de la oposición, como material utilizable para causar problemas y hostigar al Gobierno con la esperanza de forzar así su caída.
En relación con la incidencia de los acuerdos de la cumbre europea en la política interna, una mención especial merece el tema de la condicionalidad en la utilización de los recursos del Fondo de recuperación que de forma tan interesada como falaz ha sido deliberadamente suscitado desde algunos círculos y oportunamente propagado por algunos medios. Así, se nos ha advertido de que su utilización está condicionada al abandono de la política que en materia laboral está llevando a cabo el Gobierno, y más concretamente su actual ministra de Trabajo, que está acometiendo la difícil tarea de la modificación sustancial del marco de las relaciones laborales heredado de gobiernos anteriores. Conviene aclarar a este respecto que una cosa son los deseos de quienes sostienen que las relaciones laborales son intocables y se oponen a cualquier modificación de la regulación laboral existente y otra muy distinta el texto literal de lo acordado en el reciente Consejo Europeo, que no contiene ninguna mención de lareforma laboral en España ni indicación alguna a su permanencia o modificación.
Las coyunturas críticas, y no cabe duda de que estamos en una de ellas como consecuencia de la actual crisis, quizá la más importante en Europa desde la segunda posguerra mundial, pueden proporcionar una oportunidad para adoptar una serie de medidas que, en circunstancias normales, no se hubiesen tomado. En este marco hay que situar esta última cumbre europea, en la que ha habido novedades importantes (y también inercias persistentes) que abren nuevas perspectivas, hasta ahora inéditas, en el complejo, y siempre problemático, proceso de integración europea. Y, para concluir, hay que ser conscientes de que dadas las dimensiones de esta crisis, que sobrepasa ampliamente cualquier marco estatal, las decisiones que se adopten en las instancias supraestatales, y especialmente por lo que a nosotros los europeos respecta, en la Unión Europea, van a ser determinantes para nuestro futuro.
El autor es profesor