La música cinematográfica a lo largo de su ya larga historia no siempre ha estado suficientemente reconocida. Uno de los motivos de la injusta valoración de las partituras musicales bien podría estribar en que, pese a que es bien sabido por todos, que se trata de un lenguaje verdaderamente universal, siempre se le ha atribuido el papel secundario de estar “al servicio de la imagen”. No obstante, es de justicia destacar que algunas bandas sonoras de ciertas películas, al igual que pasa con otras disciplinas artísticas -entre otras, el ballet, la ópera o la fotografía- han llegado a quedarse fijas en nuestros recuerdos, porque iluminaban las proyecciones del inicio al final, siendo los compositores musicales capaces de llevarnos de la más profunda tristeza a la más desbordante alegría con tan solo unas pocas notas en un pentagrama.Pus bien, uno de estos titanes artísticos que forma ya parte de la historia de la música, Morricone, poseedor de un lenguaje propio, personal e inconfundible y que había sido galardonado con el premio Princesa de Asturias de las Artes 2020, nos ha dejado para siempre hace unos días. Nuestro más profundo reconocimiento.
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