as grandes empresas tecnológicas (Google o Facebook), ya han decidido que lo que resta de 2020 ofrecerán el teletrabajo de forma preferente a sus empleados y empleadas. Se han abierto muchas cabeceras de medios de comunicación con esta noticia. Y, tras ello, surge una pregunta ya recurrente: ¿estamos todos y todas preparados para ello? Antes del covid
Otro estudio realizado en treinta países arrojaba unas cifras igualmente elocuentes. Un 23% de los daneses, 21% de los neerlandeses y un 18% de los suecos trabajaban desde sus casas al menos varias veces al cabo del mes. En Bulgaria, por contra, era del 6%. En España del 8%. Se puede claramente apreciar la correlación entre la renta y las facilidades para el teletrabajo. Las asimetrías para poder trabajar no solo son explicadas por la variable territorial: el tipo de contrato o el nivel educativo también lo hacen. Un contrato con menor estabilidad, presenta menos probabilidad para teletrabajar. A mayor educación, más facilidad para trabajar en la distancia.
Así las cosas, hablar con cierta superficialidad y generalidad de teletrabajar, creo que no es bueno. Trabajar desde casa tiene sus claras ventajas. Se evitan tiempos de traslado al puesto de trabajo. En función del contexto en el hogar, se puede llegar a ser más productivo o menos o tener más concentración o menos. Pero ya vemos que no partimos de un lugar neutro. Sucede algo parecido a lo que nos ocurre en las aulas: un espacio para igualar las condiciones del participante en el aprendizaje, elimina la variable contextual del hogar de cada persona. Las desigualdades salariales que pueden originarse si no se interviene esta transformación digital del trabajo, creo que no son dignas de un país como el nuestro.
Según el Banco de España, hasta un 80% de las empresas han recurrido al teletrabajo. Y lo han hecho de forma sobrevenida, sin capacidad de preparación. Hay bastante evidencia disponible sobre cómo las competencias digitales son desarrolladas con la propia práctica. Es normal así que haya bastante inquietud y queja en la sociedad con la cantidad de horas que se están dedicando a teletrabajar. Es una situación y contexto para lo que no estábamos preparados. Pero, simultáneamente, debemos seguir sacando el trabajo. Aprender a planificar, gestionar el tiempo, trabajar en equipo, buscar nuevos ámbitos de creación de valor, establecer prioridades, saber comunicarse de manera síncrona y asíncrona, etc. son competencias que no se pueden aprender de la noche a la mañana y menos solo en la distancia.
Por ello, creo que en la era que nos abre esta post pandemia, debemos no solo prestar atención a la caída de la economía en general, sino también a la transición a la nueva normalidad laboral. Creo que se debieran habilitar no solo programas formativos y de acompañamiento a nuestra ciudadanía, sino también un acompañamiento para hacer el proceso de transición forzoso que probablemente muchos y muchas afronten de una manera más suavizada.
Por último, no debemos olvidar que hay amplias evidencias de cómo el teletrabajo tiene costes sociales a futuro. La dificultad para el trabajo en equipo, el aprendizaje colaborativo o el desarrollo de una carrera dentro de la organización son evidentes. Pensemos en la generación millennial, que es la segunda gran crisis que va a vivir.