Cada vez que alguno de los currelas entra en nuestro amado templo del cortado mañanero y se queja de que no puede más, de que el cansancio le lleva, de que el trabajo lo tiene jodido y de que no le da la vida para el resto, siempre hay algún viejillo que suelta lo mismo. Es como una coletilla habitual. Estamos pensando en poner una placa o hacernos unas camisetas con la frase. “Para descansar ya tendrás la eternidad”. Si no, suelen aparecer otras sentencias recurrentes como la de que “el trabajo es salud” o la de “alguien nos tendrá que pagar las pensiones que nosotros ya hemos cotizado”. Por lo general, la respuesta suele ser una sonrisa más o menos forzada, pasando por alto que lo que al aludido o aludida en cuestión le gustaría es mandar a los abueletes a ese sitio por donde amargan los pepinos. Pero el otro día apareció uno que está a punto de jubilarse y que aseguró, sin que le temblara la voz, que no sabe qué va a hacer con su tiempo cuando deje el currelo. Y ahí, justo ahí, empezaron al mismo tiempo la tercera, la cuarta y la quinta guerra mundial, volvió a vivirse un 18 de julio y salieron los jinetes del Apocalipsis. En una de las trincheras nos quedamos algunos con el móvil en la mano a punto de marcar el 112 para pedir refuerzos.