as ideas han ido formando el constructo de una sociedad. No solamente ellas, aspectos como religiosidad o climatología han influido, pero sin ideología, quien sabe como seria nuestra sociedad; sin duda diferente: ni mejor ni peor, ni bien ni mal, sencillamente diferente. En su génesis y desarrollo, los grandes pensadores han sido fundamentales, pero han sido los partidos políticos quienes han catapultado y servido de correa de transmisión, agrupando personas con un interés común. Se diferencia de los clubs deportivos, cuadrilla de amiguetes o clubs de lectura en que los primeros tienden hacia el bien general, mientras los segundos buscan el interés grupal; eso dice la teoría. No todos sus asociados-militantes buscan este fin; a veces los intereses son más crematísticos, más personales, pero estos se encuentran en una nebulosa cuantitativa menor. La osa mayor, que agrupa el grueso del personal, es mayoritaria en bienintencionados (todavía).
Surgen factores que modifican esta situación, la pervierten, la intoxican y ya nada volverá a ser lo que fue. El individualismo y la insatisfacción, característica inherente al ser humano, conlleva al egoísmo como motor de nuestro quehacer diario. Quedan unos pocos, irreductibles, pero los valores, casi cristianos, que determinaron lo previo ya no es determinante. Ya no son las ideas, las grandes ideas, el motor del gobierno/democracia. Y ello por que en este tiempo han aparecido efectos perversos que la mediatizan, produciendo desconfianza hacia ella. La relación intersocial es más directa, menos grupal, más de tú a tú. Nos autojustificamos con hechos; desconfiamos de las ideas, nos fiamos de nuestro instinto.
El ejemplo de la corrupción económica debiera ser determinante, pero la capacidad de perdón por parte de la sociedad es ilimitada. Así ocurrió con el PP en sus buenos años de gobernanza, o con el 3% de Jordi en sus muchos años de profeta escatológico. Después de popularizarse socialmente y demostrarse judicialmente estos hechos siguieron contando con el beneplácito de los votantes durante un tiempo largo, demasiado. La corrupción económica ya no es determinante como pérdida de confianza en el gobernante, al menos mientras exista sol y playa.
Hay otros tipos de corrupción como la propaganda en formato bulos o fake news. Siempre ha existido y una vez asimilada por la sociedad, deja de ser relevante en las consecuencias. Son ejemplo la guerra de Irak o los atentados de noviembre de 2004. Pero las consecuencias en la gobernanza interna son limitadas. Estas noticias falsas se contrarreplican con otras y se vive en el limbo; ya no hay cielo ni infierno, sino desconfianza y su secuela es creer únicamente aquello que nos interesa creer. Somos sonámbulos de recuerdos.
Una última faceta corresponde a la corrupción ideológica, cuyo máximo exponente es la necrofilia ideológica. Se manifiesta como decir una cosa y hacer otra o en olvidar la promesa realizada. No solo crea desconfianza, también desafección. Y de este tipo de corrupción andamos sobrados, tenemos hasta para regalar; abarca toda la clase política, especialmente a los profetas, émulos de Maquiavelo, incapaces de separar los valores éticos de los algoritmos electorales. Al término del mandato de gobierno, una justicia de sabios salomónicos debiera balancear lo prometido y lo realizado; la lapidación (figurada) pudiera ser una solución para evitar el populismo, tanto del gobierno como de la oposición
Cada mass media político debiera tener su curriculum vitae. Así, de Pedro se hablaría del insomnio, de apoyar el 155 para posteriormente pedir el apoyo de los independentistas. De la oposición, se intuye partidarios de la política (democracia) de tierra quemada; y los independentistas se comportan como mercaderes fenicios. La medalla de oro la obtendría Pablo, prócer cuasi divino. En su curriculum constaría la casta y el régimen del 78, del asamblearismo al nepotismo familiar, de Vallecas a Galapagar y la megalomanía como bandera, de exigir luz y taquígrafos a secretos del Cesid, de diferentes sensibilidades en el partido a dirección uniformada estilo coreano. Supone un derroche de omnipotencia; con una mano está en el Gobierno y con la otra está en la oposición. Entre Pedro y Pablo, tanto monta, han pasado del derroche de insultos y descalificaciones a la amistad inquebrantable con abrazo teatralizado incluido, que sonroja a Don Corleone; Houdini es un casto angelical. Parecía que se abrazaban, pero solo lo parecía, en realidad era para no caerse. Entre la crítica desmedida y el ditirambo compartido solo cabe un avemaría o dos gobiernos en uno; las élites han perdido toda credibilidad. En el plano personal, lo entiendo, es humano el querer vivir mejor y siendo ministro se vive mejor, mucho mejor. Por supuesto, por el bien de España, nación de naciones.
Entre los unos y los otros estamos la mayoría, silenciosa por hartazgo. Necesitamos samaritanos que nos aupen del pozo negro del paro y de la ausencia de futuro. Y no olvidar, jamás, que entre el ilusionismo preelectoral y el egocentrismo de la gobernanza, queda la protesta, la lagrima no llorada. También necesitamos pedagogía, que los intelectuales tomen partido de cara a humanizar la divinidad imperial de los egos, que nos enseñen a distinguir entre el bien y el mal, no como conceptos religiosos sino como decisiones éticas de convivencia, que la timba de tahúres es únicamente un algoritmo electoral, que no hay tanta diferencia entre la burguesía desclasada y la clase aburguesada; y asumir la sentencia ultratumbana: el hombre sabio no tiene creencias fijas. Hosanna.
El autor es sociólogo