e cuenta que un sacerdote vino a ver a Thoreau moribundo para aportarle los consuelos de la religión y evocarle otro mundo, el de más allá. A lo que Thoreau, sonriendo levemente, le habría respondido: “Por favor, un solo mundo a la vez”. Al margen del asunto religioso, una cuestión inquietante se nos plantea en la vida con frecuencia: ¿a cuántos mundos pertenecemos? ¿Cuántas cosas tenemos que tener en cuenta a la vez? ¿Cómo compatibilizamos las diversas perspectivas posibles sobre la realidad? La figura del payaso de circo teniendo que mantener en movimiento varios platos al mismo tiempo es una buena ilustración del lío de la vida y del dramatismo de algunas decisiones que equivalen a dejar caer uno de esos platos.
Momentos como las crisis nos ponen delante esta diversidad de perspectivas de una manera trágica. Quienes han tenido que tomar las decisiones más importantes para hacer frente a la crisis del coronavirus no podían permitirse el lujo de ocuparse de un solo mundo, sino que tenían que atender a varios al mismo tiempo y con valores e intereses divergentes: el imperativo de la salud pública, en primer lugar, pero también el funcionamiento de la economía, las necesidades de la escolarización, la importancia de la cultura precisamente en estos momentos… Me imagino en su piel decidiendo a favor de algún objetivo que consideraban prioritario y sabiendo que con ello dañaban gravemente a otro. El triaje de los médicos está precedido por el no menos trágico de los políticos. ¿Damos prioridad a la salud sobre la economía? ¿Es más importante el derecho de manifestación que el todavía incierto riesgo de contagio? ¿Es el confinamiento una buena decisión cuando sabemos que con ello se daña seriamente la escolarización?
Los sociólogos han llamado diferenciación funcional al proceso por el cual, a medida que avanza la civilización, donde antaño había un “hecho social total”, como lo denominó Marcel Mauss, hay ahora esferas distintas o subsistemas sociales, cada uno de ellos con su propia lógica: la economía, la cultura, la sanidad, el derecho, la educación… La sociedad es un conjunto mal avenido de perspectivas; desde el punto de vista económico, el mundo es un problema de escasez, desde el punto de vista político, algo que debe ser configurado colectivamente… Lo que es plausible para un comprador, es distinto si lo observa un elector o un artista… Estas esferas no se integran armónicamente y plantean muchos problemas de compatibilidad e incluso conflictos abiertos. El caso más chocante es lo que está pasando con el medio ambiente, que ha mejorado con el parón de la economía. Otro caso curioso: la reducción de tráfico aéreo está disminuyendo la cantidad de datos atmosféricos que son necesarios para realizar predicciones, que también son importantes para conocer la extensión de la pandemia. Lo que va bien para unos puede ser devastador desde otra consideración. Esa pluralidad de perspectivas se verifica también en el interior de cada esfera: no todos los epidemiólogos ven las cosas de la misma manera y dentro de los que se ocupan principalmente de la salud no la observan de la misma manera. Seguro que psicólogos y pediatras tendrían algunas objeciones al actual protagonismo de la perspectiva epidemiológica a la hora de abordar la crisis.
La política es precisamente el intento de articular esa diversidad de perspectivas. Bourdieu definió al Estado como “un punto de vista de los puntos de vista” y declaraba que esa observación privilegiada ya no era posible por la dificultad de determinar el bien común a nivel de la sociedad entera. Seguramente el sistema político no goza ya de tantos recursos; su conocimiento y su autoridad son muy limitados, por lo que tendrá que procurárselos de una manera a la que no está acostumbrado, con una lógica de generación de confianza más que de poder soberano. Las sociedades tienen que actuar como si estuvieran unidas sabiendo que no lo están; no hay manera de imponer un único criterio dominante acerca de lo que debe hacerse. Las crisis abren un paréntesis, silencian un tiempo esa diversidad, propician una autoridad unificada y una obediencia insólita, pero no son más que interrupciones temporales de la discordia habitual entre las distintas perspectivas sobre la realidad.
Que haya varias perspectivas sobre un mismo asunto no nos exime de la obligación de acertar con la que es más importante en cada caso; sirve para que caigamos en la cuenta del dramatismo de las decisiones en un entorno de complejidad, como lo es especialmente una crisis. La exigencia de responsabilidades ha de tener siempre en cuenta estas tensiones y quienes deciden han de mejorar los procedimientos de la decisión. La complejidad no es una disculpa sino una exigencia. A diferencia de Thoreau, que pasó buena parte de su vida en una cabaña de un bosque, tenemos la suerte y la desgracia de vivir en varios mundos a la vez.
El autor es catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la UPV/EHU