n pleno siglo XXI, nos enfrentamos a una amenaza casi medieval, una pandemia global, un virus que atraviesa fronteras con total facilidad, ajeno a cualquier idea de límite territorial y, sin embargo, se nos impone un aislamiento casi total, en unidades familiares, en los domicilios particulares lo que, siendo necesario, no deja de ser una especie de incongruencia.
Todo esto nos llena de incertidumbre, nos coloca en una situación incierta y, por eso, más difícil de enfrentar. La crisis generada por el covid-19 nos obliga a afrontar, en primer lugar y sobre todo, una crisis de bienes primarios, esenciales, la vida misma. En esta crisis, la salud es lo primero, porque es una condición necesaria para cualquier otra, porque abre las posibilidades a todo lo demás. Por eso, ahora, lo que toca a cada cual es dejar trabajar a profesionales, seguir las demandas de quienes mandan en este momento y ya llegará el momento de pedir cuentas por lo que nos ha llevado a esta situación y de lo que se ha hecho para sacarnos de ella. Esto no quita para que, mientras esto acaba, podamos analizar situaciones que se nos dan ahora mismo.
Lo primero que debemos asumir es que este virus nos enfrenta, por un lado, a nuestra interdependencia global y, por otro, a reconocer de la misma manera nuestra vulnerabilidad. Esta última nos debe hacer ver que somos seres necesitados, que la individualidad y el individualismo acabarán, están acabando, con nuestra especie y con el planeta y que es también esta vulnerabilidad la que nos hace interdependientes en nuestras pequeñas sociedades y en la sociedad global. Podríamos decir que nos trata a todas las personas por igual, nos pone igualmente en riesgo de enfermar, de perder a alguien cercano. El virus demuestra que la comunidad humana es igualmente frágil; y las personas más frágiles de entre todas, las que con más facilidad van a sufrir las peores consecuencias (mayores y enfermas) están empezando a señalarse por algunos gobiernos como las culpables de la crisis económica que vendrá y las están queriendo sacrificar en el altar de la economía financiera.
Por otro lado, la desigualdad social y económica, como no puede ser de otra forma, asegurará que el virus discrimine. El virus por sí solo no lo hará, pero los humanos seguramente ya lo estamos haciendo. Con los poderes en alza del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo terminal podemos imaginar un mundo en el que las vidas europeas son valoradas por encima de todas las demás. Vemos esa valoración desarrollarse violentamente en las fronteras de la UE (con muros, vallas, devoluciones en caliente y recorte brutal de derechos humanos) y en el interior de la propia UE con discriminaciones entre países del norte y el sur. Lo más probable es que la infección por covid-19 se concentre, sea más grave y tenga mayor letalidad entre las personas más desfavorecidas que, además, tendrán menos acceso a diagnósticos y tratamientos oportunos y de calidad, aunque el tratamiento para la infección sea hoy por hoy muy limitado. Los determinantes sociales de la salud hacen que los grupos sociales más desfavorecidos a menudo padezcan más afecciones y enfermedades crónicas que los ponen en riesgo de enfermar gravemente y morir por el covid-19, además de que es previsible que, sobre todo donde no hay acceso igualitario a sistemas nacionales de atención de salud, esos sectores se vean todavía más afectados por retrasos en el diagnóstico y tratamiento de este y de otros problemas de salud. Y, finalmente, también muy importante por la enorme cantidad de personas afectadas, es que los colectivos desfavorecidos socialmente sufrirán las mayores consecuencias económicas y sociales de esta crisis.
Otro aspecto a señalar, que siempre se puede observar en las epidemias y que ya se hizo ver en el tratamiento de la crisis del ébola, es que el aplazamiento de la atención médica para otras enfermedades, que ya está ocurriendo en todo el mundo a medida que los sistemas de atención sanitaria se sobrecargan y anticipan la afluencia de casos de covid-19, podría afectar drásticamente a la morbilidad y la mortalidad por diversas enfermedades crónicas. Si a esto le sumamos el cierre de centros de Atención Primaria para dedicar sus profesionales a hospitales de campaña, como en Madrid, las consecuencias podrían ser dejar de atender a pacientes en sus domicilios, que se está demostrando como la mejor manera de descargar los servicios hospitalarios.
Aunque la enfermedad covid-19 parece matar más a los hombres, se menciona poco el papel de la mujer en la pandemia. Por una parte, representan el 70% de las plantillas del sector médico, según la Organización Mundial de la Salud (OMS); pero tienen una escasa representación en las instituciones donde se deciden las estrategias contra el covid-19 según un artículo de Lancet titulado Covid-19: el impacto de la epidemia según el género. En el último informe de Global Health 50/50, un colectivo sin ánimo de lucro que promueve la igualdad de oportunidades en el campo de la sanidad, se constata que en el mundo más del 70% de las direcciones de organizaciones sanitarias las ostentan hombres. Las mujeres son también las primeras responsables de los cuidados de niños y niñas y personas mayores y dependientes y, además, su debilidad económica se acentúa con la crisis financiera causada por la enfermedad, algo que tendrá que ser considerado en las medidas económicas que se deben tomar en el futuro. Asimismo, existen pruebas evidentes de que, en tiempos de precariedad económica e inestabilidad social, explota la violencia de género en el ámbito doméstico. “La epidemia está teniendo un impacto enorme”, reprocha desde China Wan Fei, fundador de una asociación antiviolencia en Jingzhou, en la provincia de Hubei. “Las denuncias por maltrato se han triplicado en el mes de febrero y, según nuestras estadísticas, el 90% de los casos está relacionado con el covid-19”. En Francia, la secretaria de Estado de la Igualdad entre Mujeres y Hombres ha constatado que las llamadas al teléfono contra el maltrato han pasado de más de 1.600 al día a solo 200 en la cuarentena no porque baje el maltrato sino porque les es más difícil a las mujeres maltratadas llamar. Qué impacto va a tener esta pandemia en relación al género es algo que debe ser analizado sin demora, para poder tomar las medidas adecuadas. Nos lo enseñan las epidemias del pasado reciente: un enfoque que deje de lado el género, unido a la casi nula presencia de mujeres en las salas del poder, provoca que, en semejantes situaciones de emergencia, sean más evidentes las desigualdades entre hombres y mujeres, penalizando a estas últimas. Tanto durante la crisis del ébola como en el caso del zika, por ejemplo, se recortaron las consultas de salud sexual y reproductiva, lo que condujo a una mayor mortalidad materna y, en el segundo caso, a un recorte de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.
Una idea final a sacar de esta crisis debiera ser que podríamos exigir un mundo en el que la política de salud esté igualmente comprometida con todas las vidas, en el que se desmantele el control del mercado sobre la atención médica que distingue entre personas dignas de recibirla y aquellas que pueden ser fácilmente abandonadas a la enfermedad y la muerte, en el que sea radicalmente inaceptable que haya quien tenga acceso a una vacuna que pueda salvarle la vida cuando a otras personas se les deba negar el acceso porque no pueden pagar o no pueden contar con un seguro médico que lo haga. Esa política establecería además la solidaridad con todos los países, comprometidos con la atención médica universal y, por lo tanto, establecería una política transnacional de atención médica comprometida con la realización de estos ideales de igualdad.El autor es médico de familia y presidente de la Federación de Asociaciones de Medicus Mundi en España