ablaba Primo Levi en su libro Si esto es un hombre de que la deshumanización propia al genocidio nazi no partía tan sólo de la violencia directa perpetrada por los soldados alemanes hacia judíos, gitanos y otros colectivos. La deshumanización consistía en reducir las condiciones materiales de los reos en los campos de concentración a tal punto, que de ella dependiera su propia supervivencia. Así pues, perder los zuecos suponía pisar los charcos de los campos de concentración, enfermar y morir agonizando sin asistencia alguna. El enemigo ya no solo era el nazi, también lo era el propio compañero de caseta que por miedo a morir en condiciones indeseables sería capaz de robar los zapatos, el cuenco de comida o el camisón de su compañero de sufrimiento para sobrevivir. Esto podría servirnos de analogía para entender el Estado Policial y la reacción de nuestros conciudadanos que presuponemos democrática e íntegra moralmente ante una desventura como la actual. El Estado policial no se reduce a la medida pergeñada por el Ejecutivo de desplegar su poder militar por todas las ciudades dotando a estos de los dispositivos legales suficientes para imponer un dominio concreto sobre el espacio sino más bien a sembrar, mediante un lenguaje belicista y disciplinario a través del bombardeo terminológico en los medios de comunicación, el vil germen de “la vigilancia ciudadana” desde los balcones. Así se crea una inseguridad mediante la cual, incluso quienes tienen la legitimidad de salir a trabajar para cubrir nuestras necesidades más primarias como sociedad, se sienten acosados y sojuzgados por todo aquel que les rodean. Se crea así un Estado de Alerta e inseguridad emocional que avanza a una velocidad mayor que cualquier virus conocido. El Estado ya dispone de los elementos de control suficientes para garantizar el cumplimiento del derecho. El Estado no necesita héroes de balcón. Tan sólo necesita que comprendas la necesidad de ser responsable de ti y de aquellos que estén a tu cargo. No debes cumplir el confinamiento porque todos los demás lo cumplen y no te queda otra. Debes cumplir el confinamiento porque como ciudadano de un estado democrático de derecho entiendes que tu responsabilidad es hacerlo. Las situaciones catastróficas son cuanto menos reveladoras. Pues permiten entrever, entre las rendijas de las mascarillas, aquellas fobias abuhardilladas tras el velo del civismo democrático. ¿Por qué ante una circunstancia de sufrimiento colectivo se tiende a acusar en vez de compadecer? Parece que no aceptamos del todo la idea de mantener una actitud cívica al margen del comportamiento ajeno. El Estado dispone de elementos de represión suficientes para controlar a los ciudadanos. Convertirte en un vigía agazapado en tu balcón implica convertirte en un elemento de represión social más, e ineludiblemente de autorepresión. ¡Confía en tus vecinos! Si desconfías, tal vez no estés cumpliendo tu confinamiento por convicción y responsabilidad sino por imposición, lo que te sitúa lejos de toda legitimidad moral para imponer responsabilidad y espetar desde tu balcón.

Nuestra responsabilidad no debe emanar, ni de dispositivos legales ni de reproducir el comportamiento de nuestros coetáneos, sino que es un imperativo moral legítimo que se desprende de una sociedad democrática y debemos aceptar como ciudadanos.