ay una necesidad de comunicar más, y de hacerlo con mayor vigor, que las claves para comprender el funcionamiento de lo que llamamos “la economía” no están exclusivamente en manos de economistas formados en la universidad en ese campo. En realidad, nunca lo estuvieron completamente o, al menos, no en los orígenes del pensamiento económico moderno, el que surgió con Adam Smith.
Es sin duda sorprendente que muchos expertos todavía hablen con confianza sobre la “mano invisible”, el homo economicus racional y el poder de la oferta y la demanda como si estos fueran los únicos mecanismos que gobiernan la economía. Ni siquiera codificando variables como la producción, el consumo, el PIB, el comercio, las exportaciones, la deuda o los flujos financieros podremos desentrañar los principales mecanismos que gobiernan los procesos económicos. ¿Qué ocurre con el poder de monopolio? ¿Qué hay de las fallas del mercado, las asimetrías de información, el comportamiento de búsqueda de rentas, las relaciones de poder asimétricas, el lado oscuro de las innovaciones tecnológicas, las paradojas de la intervención estatal... por nombrar solo algunos aspectos?
Si observamos la economía no como una fijación presentista sino en su evolución histórica, ¿qué papel juega la dependencia de camino en la conformación de las variedades de capitalismo? Después de todo lo que sucedió en la segunda mitad del siglo XX, simplemente no es posible mantener el paradigma neoclásico, del que emergió el neoliberalismo, y pretender que sea una guía heurística o normativa.
El paradigma clásico, neoclásico y la “síntesis neoclásica” que incluye el keynesianismo, a pesar de que conforman lo que los estudiantes tienen que aprender en los cursos universitarios, están claramente cuestionados. Su poder explicativo ha mermado en los últimos diez años a raíz de su incapacidad no ya para predecir sino para explicar ex post facto la crisis financiera de 2008 y la Gran Recesión que sobrevino después. Tampoco la ciencia económica ha sido capaz de explicar convincentemente la globalización. Es cierto que el paradigma de la hiperglobalización o versión fuerte de la tesis de la globalización -el impacto unilinear y no mediado de fuerzas globales de forma universal, en contextos diferentes y con resultados similares- ha permitido comprender la evolución de la economía global hasta hace unos años desde perspectivas estrictamente economicistas.
En esa versión fuerte de la globalización, los agentes globalizadores principales han sido la multiplicación de corporaciones transnacionales en todo el mundo, el proceso de neoliberalización que ocasionó la reducción significativa de intervención estatal en la economía, la financiarización del capitalismo y el impacto de las tecnologías de información y comunicación como multiplicadores del efecto globalizador de los flujos de capital y de comercio. Todo ello ha permitido que las interpretaciones fundamentalmente economicistas hayan seguido siendo hegemónicas.
Pero el desarrollo de la hiperglobalización en los últimos años ha inducido a la adición de variables a la tesis fuerte de la globalización para mostrar que lo que ocurre realmente son procesos complejos, simultáneos y de geometría variable. Procesos no solamente económicos, sino también sociopolíticos y culturales, y de percepción individual y colectiva (como preludio del comportamiento de los actores sociales y económicos), que interaccionan para producir un resultado incierto, carente de equilibrio, en modo alguno irreversible y que apenas puede explicarse exclusivamente con las herramientas de la economía.
Regionalización supranacional, formación de bloques comerciales, inclusión y exclusión simultáneas de regiones y países, concentración (de los procesos de innovación y toma de decisiones en CBDs y megarregiones) y dispersión (por la acción del comercio y las tecnologías de la información) de la actividad económica, ascenso de la geoeconomía, de los criterios de seguridad nacional, el temor extendido de los perdedores de la hiperglobalización y, finalmente, la desconfianza hacia el multilateralismo (en un contexto multipolar), los fracasos y crisis del mercado, el auge del autoritarismo y del proteccionismo... Todo ello ha ido configurando, desde la Gran Recesión de 2008, un alejamiento de la hiperglobalización y la percepción de que la ciencia económica, en su paradigma clásico, no es capaz de explicar satisfactoriamente la complejidad de los procesos globales simultáneos de que somos testigos.
En la fase actual poshiperglobalización lo que se observa, por el contrario, es un ascenso de la geopolítica y la geoeconomía, de los intereses nacionales de los Estados por encima de los acuerdos multilaterales y una limitación del neoliberalismo de vocación global, aunque el neoliberalismo en sentido estricto no llega a su fin con el renacimiento de los intereses nacionales y el auge del proteccionismo, contrariamente a lo que se ha venido argumentando.
Los enfoques alternativos al paradigma mainstream abundan: desde las aportaciones críticas con los modelos matemáticos (que jibarizan la disciplina económica), a las variadas contribuciones de la economía “heterodoxa”, pasando por la escuela de los Annales de Braudel, el enfoque del “sistema-mundo” de Wallerstein y Arrighi, la socioeconomía de Etzioni, la sociología económica de White, Granovetter, DiMaggio, Swedberg y otros, o el llamado new economic thinking, centrado en la escuela de Nueva York. Sin olvidar, por supuesto, las importantes aportaciones de Manuel Castells a partir de los conceptos de “espacio de los flujos”, “geometría de redes” e “informacionalismo”, o los esfuerzos del filósofo Michael Sandel por incorporar consideraciones éticas fundamentales en el análisis de los mercados.
No se trata, pues, de escasez de ideas y propuestas, muchas de las cuales han mostrado su validez empírica para explicar los fenómenos económicos. Entre los Premios Nobel de Economía otorgados en los últimos años se percibe una presencia de autores cuya obra no obedece al paradigma mainstream en sentido estricto. Es el caso de Kahneman, Krugman, Ostrom, Deaton, Thaler, Nordhaus, Romer, e incluso Duflo y Banerjee, que lo obtuvieron en 2019.
Quizá por ello podría pensarse que se está operando un viraje dentro de la profesión económica con la intención de incorporar marcos de análisis tradicionalmente alejados o incompatibles con el paradigma hegemónico, que permitan un mayor pluralismo dentro del pensamiento económico. Pero, ¿es esto así en realidad? Quizá una observación más cuidadosa de la situación no nos permita ser tan optimistas.
Para empezar, no hay entre los economistas un interés marcado por analizar la economía desde el prisma del urbanismo. No digo analizar el urbanismo desde el prisma de la economía (un enfoque, la economía urbana, que cuenta con numerosos adeptos), sino de materializar la economía: tratar de entenderla por medio de los procesos tangibles y materiales que se desarrollan en contextos urbanos. Además, no vemos aún que la ciencia económica haga aportaciones significativas para incorporar el concepto de “Antropoceno”, hoy inevitable, en sus análisis.
Es preciso mencionar el trabajo de William Nordhaus (Yale University) para integrar el cambio climático en los análisis macroeconómicos de largo plazo, por lo que recibió el Nobel en 2018. Pero su modelo ha sido objeto de numerosas críticas. El propio Nordhaus ha salido al paso, aclarando que su modelo DICE (Dynamic Integrated Model of the Climate and the Economy) es una herramienta para comprender el comportamiento de sistemas complejos y que la aparente precisión de los resultados no refleja los errores e incertidumbres de la modelización y las medidas.
El trabajo de Duflo y Banerjee, ganadores del Nobel el año pasado, se basa en una metodología prestada de la medicina (Randomized Controlled Trials o pruebas controladas aleatorizadas) para estudiar la pobreza global. El enfoque es muy innovador, pero el problema es que estas ideas, lejos de cambiar los paradigmas económicos de manera progresiva y permitir un mayor realismo y pluralismo en el pensamiento económico, han llevado a esfuerzos poco velados, que ganan terreno en el desarrollo global, para rediseñar conductualmente a los pobres. Si nos centramos en “ayudar” a los pobres a superar su “irracional aversión al riesgo”, entonces los problemas sistémicos y estructurales pueden dejar de tener relevancia.
United States Fulbright Award Recipient; Visiting Scholar, London School of Economics