El doctor Urkia Etxabe recordaba, con el rigor y claridad que le caracterizan, algunas epidemias a lo largo de la historia de la vieja Europa y las reacciones, primero, de los propios médicos y luego de la población, caracterizadas siempre por el miedo en primera instancia, el pánico después y la irracionalidad siempre. En la era del acceso generalizado a la cultura, a pesar de Telecinco, y de la inteligencia artificial, el pánico hábilmente manejado por los medios (habrá que preguntarse quién agita a los medios y qué beneficios espera recoger) sigue cundiendo por todos los estratos de la población. Y es que al poder le interesa que el pueblo tenga miedo y confíe precisamente en él para que le rescate del atolladero.
En este momento, vivimos una epidemia, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero tiene visos de convertirse en pandemia y eso asusta más todavía. Teóricamente, la máxima autoridad en estos temas debería ser la OMS. ¿Cómo se financia la OMS? Pues en un 25% de las cuotas de sus socios, 194 estados, entre los que se encuentra España, y en un 75% por aportaciones voluntarias y transparentes de entidades particulares, es decir, fundaciones filantrópicas, administraciones públicas, incluso autonómicas, y sobre todo corporaciones farmacéuticas que, además, pueden dirigir sus aportaciones a determinados programas: gripe, salud sexual y reproductiva u otros. También hay aportaciones en especie (material de laboratorio, medicamentos, reactivos...). Dicho de otra forma, han privatizado la OMS coincidiendo con la tendencia del neoliberalismo de ir privatizando todo lo que tenga relación con la salud. Por cierto, las pólizas de cobertura sanitaria privada no cubren las epidemias. Conociendo estos detalles, que son públicos, la autoritas de la OMS queda un tanto en entredicho. Y se producen, en ocasiones, actuaciones poco rigurosas. Como puede estar ocurriendo ahora, o como pasó hace unos meses con las carnes rojas.
Tampoco la comisaria europea de Salud parece ser la primera autoridad en Europa, toda vez que no existe un protocolo común de actuación para todos los países miembros.
¿Se gestiona bien en España? En la sanidad pública, rotundamente sí. El ministro, quizás porque por su condición de filósofo está acostumbrado más a pensar que a vender motos averiadas, lo está haciendo bien, dejando todo el protagonismo a un funcionario de voz cascada pero sólidos conocimientos y, sobre todo, capacidad de transmisión de los mismos que, además, inspira confianza. Es una garantía saber que cuando se marche el ministro él seguirá unos años más todavía, informando sobre las epidemias que sucederán a ésta. Y por extensión, en Euskadi -Osakidetza- también, con independencia de que la consejera sea médica, aunque no especialista en virología. Y lo hace bien, sobre todo cuando no lee. Ah, y tiene un equipo técnico de primera división.
¿Y a nivel municipal? Acabo de leer que en el ayuntamiento donostiarra han constituido una mesa de crisis. Bien. Participé activamente en la de 2009. Hicimos diseños de actuación ante determinados supuestos. Era muy interesante y divertido.
Entonces, ¿qué se puede pedir a la población? Confianza. Confianza en esos técnicos de la sanidad pública que saben de lo que están hablando. ¿Hay suficiente información? Siempre que ocurre un evento que implica a personas, lo mismo la ocupación de un piso, la desgracia de Zaldibar, un accidente ferroviario o un retraso de un avión, hay un colectivo, comienzo a sospechar que son los mismos, que se quejan de que nadie les informa de nada. Pues bien, en el caso que nos ocupa creo que hay un exceso de información.
Es difícil hablar de forma comprensible para el gran público, y por ende para los periodistas, de algunos conceptos relacionados con la microbiología en general y con la virología en particular -bacterias y virus, multiplicación de las bacterias, transmisión de los microorganismos, mutación de los virus, salto entre especies…- y muy fácil generar confusión.
El gran público no debería recibir tanta información técnica que luego es incapaz de asimilar y gestionar. Para ejemplo, el bochornoso espectáculo de las mascarillas y el acopio compulsivo. Los medios no contribuyen en absoluto a imponer la serenidad. Necesitan el titular, la foto lastimosa. Los sanitarios enfermos en Txagorritxu no lo fueron en virtud de su profesión. No importa, se omite este nimio detallito, se trata de llamar la atención.
Creo que los chinos están transmitiendo bien, a pesar de su fama -nuevamente el Imperio modula- desde la Comisión Nacional de Salud china, actualizando la información a diario, incluidos sábados y domingos. De esa información concreta y diaria podemos deducir que hay una tendencia a la baja.
El Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades (ECDC) actualiza sus datos cada 36/48 horas, pero no lo hace sábados y domingos. Será cosa del convenio. La amplitud de la información es de inferior calidad a la de los chinos, pero es aceptable. Es lo que hay. El Ministerio de Sanidad incorpora además la tasa de letalidad, un dato de interés a nivel global y en cada uno de los países más afectados.
El virus covid-19 es una antropozoonosis, es decir, era un virus de origen animal que ha saltado a las personas. De estas cosas sabemos bastante los veterinarios, pero históricamente no se nos ha tenido muy en cuenta. Últimamente parece que las antropozoonosis comienzan a tomar protagonismo. Los animales son reservorios de numerosos microorganismos que afectan a los humanos y a otras especies. Los jabalíes o los corzos, por ejemplo, son reservorios de la tuberculosis que no padecen, pero transmiten a vacas y humanos. Aquí ocurre lo mismo. Ese virus que vivía en los murciélagos se ha transmitido a las personas a través del aire que ambos compartían en el mercado cerrado de Wuhan.
El virus vive en el interior de una célula, humana o animal. En este caso, del sistema respiratorio. Del animal ha pasado al humano, otro animal, y en lugar de morir, que sería lo normal y deseable, se ha adaptado rápidamente a sus células, con la particularidad de que, además de adaptarse al humano, puede multiplicarse y transmitirse, por el aire, a otro humano.
Nos recordaba el doctor Urkia la epidemia de gripe de 1918, mal llamada “gripe española”, que provocó más de 40 millones de muertos; o la reciente del H1N1 de 2018/2019 con medio millón de muertos. Fueron cosa seria.
Las gripes estacionales, las normales, esas para las que recomiendan vacunarse a los jubiletas, pero sólo unos pocos lo hacemos, (sanitarios casi ninguno) y eso que es gratis, tienen una tasa de mortalidad bajísima, de un 0,1%. Así y todo, se llevan varios miles por delante todos los años; la mayoría, como en el caso que nos ocupa, mayores y con múltiples patologías añadidas. La tasa de mortalidad del coronavirus covid-19 oscila entre el 4,4% en Irán al 0,6% en Corea del Sur, pero tiene una particularidad añadida: los virus de la gripe estacional dejan memoria en nuestro sistema inmunitario, algo así como que, una vez padecida, nos vacunan -la de este año difiere un poco de la del año anterior, argumento muy discutible que utilizan los que dicen que vacunarse contra la gripe no sirve para nada-, pero en el caso que nos ocupa, al ser un virus nuevo, no tenemos ninguna memoria, lo que facilita la propagación de la epidemia.
No me atrevo a pronosticar cómo va a evolucionar. Es una incógnita. Soy optimista y confío plenamente en nuestro -vasco y español- sistema público de salud. Es evidente que la epidemia se extenderá a África, en la actualidad una colonia china, con un sistema de salud prácticamente inexistente. Como en tantas otras ocasiones, África será el campo de maniobras donde veremos evolucionar al covid-19. Además, me preocupan mucho los refugiados sirios en Turquía y los que están en las islas griegas.
Hacer una vacuna con bacterias es relativamente fácil. Con virus se complica el asunto. No siempre es factible. Ponerla en el mercado es largo y complicado. Dieciocho o veinticuatro meses. Para entonces, el covid-19 habrá evolucionado y quizás no exista.
Prevenir siempre ha sido más barato que curar. Algunos parece que lo han descubierto ahora. Lavarse las manos con frecuencia y siempre después de usar el retrete es imprescindible, debería venir en el ADN de todas las personas, pero no es así. Ni siquiera en los manipuladores de alimentos. El resto de medidas preventivas las están repitiendo constantemente. Pero no nos informan, nadie nos dice nada. ¡Qué le vamos a hacer! A ver el Sálvame.
El autor es doctor en Veterinaria