La naturaleza es una totalidad viva, todo en ella es interacción y reciprocidad, nos enseñó Alexander Von Humboldt, el primer ecologista de la humanidad (Berlín, 1769-1859). El hombre puede actuar sobre la naturaleza y apoderarse de sus fuerzas para utilizarlas solo si comprende sus leyes, que la protegen en su unidad y variedad. Pero el hombre es geófago, se alimenta de la tierra -y sus mares- y las enormes inversiones dedicadas a la producción de energía eléctrica, industrias y derivados químicos que generan orden y confort acaban en caos y desechos. La vida en nuestros días se debate entre pérdida económica o catástrofe medioambiental. Tanto es así que el interrogante primordial del siglo XXI no es otro que el de si logramos salir de esta.
Lo que está ocurriendo en Zaldibar es consecuencia de esa tensión entre economía y medioambiente y, sí, en esta ocasión saldremos de esta, pero deberíamos salir aprendidos porque la implacable ley de las consecuencias impremeditadas, eso “impredecible” que alegaba el lehendakari, es testaruda y repetitiva. Ahora, Zaldibar; mañana, un corrimiento de taludes; pasado, un funcionamiento anómalo de una incineradora.
Las sociedades no progresan en la saciedad y el descanso. Ni las industrias. Un vertedero es para algunos el sueño de ganar dinero a cuenta de rellenar un agujero. Si el relleno fuese a la brava, sería el negocio redondo. Como quiera que para hacerlo hay que cumplir con la ley y normas muy específicas de protección medioambiental y de seguridad de los trabajadores, la codicia empresarial se encara con la inversión y los costes de gestión y en ese combate solo la administración, la autoridad, el Gobierno Vasco, puede arbitrar, vigilar y controlar.
Los ciudadanos confían en que las autoridades les protegerán, pues para la gente corriente adquirir conocimientos es muy laborioso en general y sobre materias complejas como las medioambientales, aún más. Por lo tanto, cada palabra que pronuncien los representantes públicos en una catástrofe como la del vertedero de Zaldibar debe ser el testamento de un hecho. No ha sido eso lo ocurrido. Viéndoles en televisión, uno tenía la impresión de que antes de tomar la palabra no sabían lo que iban a decir, mientras hablaban no sabían lo que estaban diciendo y cuando acababan no sabían lo que habían dicho. Con excepciones, que siempre las hay. Recuerdo la claridad expositiva de un alto representante técnico de la Consejería de Salud. Pero si los ciudadanos perciben una comunicación errática (si no ven sobre el terreno al máximo representante del país, un pequeño país donde es a la vez visto como el alcalde de un gran pueblo que debería estar bajo la ventana de un incendio antes de que lleguen los bomberos), la consecuencia inmediata es un sentimiento muy personal que acaba siendo colectivo: la angustia.
El ‘olfato de cocodrilo’ Soy consciente de que ante catástrofes como la de Zaldibar se activa el olfato de cocodrilo-para detectar presas inertes- de la oposición, que en el caso vasco engloba (con intenciones e intereses diversos y contradictorios) a grupos de comunicación, sindicatos y partidos opositores. Con el objetivo coincidente de acabar con la supremacía del PNV, todos ellos libran una especie de guerra civil multilateral en la que se dedican a tiempo completo a ennegrecer, esto es, denigrar; al partido mayoritario y sus muchas posibilidades de volver a ganar las elecciones y tal vez gobernar con mayoría absoluta por medio de una renovación de su alianza con el PSE. Creo que ahí está la razón de ese hablar a pedradas que se ha instalado en la política de nuestro país a raíz de la avalancha del vertedero: impedir que cuaje una mayoría absoluta. La previsible consecuencia de un gobierno minoritario, visto lo visto, sería una próxima legislatura corta, bronca y estéril, buscando la yugular del lehendakari. Y uno siente la tentación de añadir “como ahora”. Estos corderos carnívoros piensan con la boca y su intervención en la diputación permanente del Parlamento Vasco ha sido infructuosa. Se ha podrido antes de madurar ya que no han aportado datos contrastados de las consecuencias negativas para la salud pública de las emanaciones del vertedero, dedicándose a sospechar desde la ignorancia. Para eso no necesitamos parlamentarios de la oposición porque sospechar está al alcance de todos. Podrían haber centrado sus intervenciones en ahondar sobre la falta de control administrativo de la gestión del vertedero, a mi juicio el verdadero fallo del gobierno. La ley, que nadie ha protestado por insuficiente, posibilita una inspección, aplicación de medidas correctoras y sanción en tiempo real contra las irregularidades del vertedero. Se le otorgó la licencia, se vio cómo se colmataba el vaso de rellenos en tiempo récord y hace medio año se inició un expediente investigador. Mientras, la actividad seguía por necesidad de las industrias y por codicia empresarial. Hasta la perdición.
Los responsables políticos directos deben explicar minuciosamente sus acciones y omisiones. Sé que hoy día es difícil diferenciar entre funcionarios del partido y líderes. La mayoría de los políticos profesionales no han trabajado nunca de ninguna otra cosa y sus carreras políticas, de aquí a allá, no se elevan por encima del aparato sino que ascienden a través de él. Pero si no son capaces de decir verdades impopulares, de atreverse a defender su postura en solitario, de no hacer cálculos de conveniencia personal, nuestros sueños carecerán ya de la solidez de antaño y la gestión de la cosa pública seguirá en manos de quienes confían en que no pase nada hasta que pase lo que en este mundo tembloroso de malas noticias siempre acaba pasando.
Asistimos a una tragedia, pues de tragedia debemos de hablar con dos desaparecidos que siguen sin ser hallados mientras sus familias no pueden llevar a cabo el debido duelo que por eso es más desgarrador. Y esto en el país donde seguimos buscando y desenterrando muertos de hace decenios. Mi conclusión es doble. Por un lado, las empresas que gestionan residuos, despojos fabriles sin clasificar o depurar, deben provisionarse, con cargo a las ganancias, para atender los gastos añadidos por aplicación de la ley. Lo mismo los empresarios dedicados a recibir esos vertidos, atendiendo a los costes efectivos, no tirando precios, como parece que ha ocurrido en Zaldibar a base de incumplimientos normativos, razón de que la empresa fuera mal vista por la competencia. Por otro lado, la administración pública, ya sean políticos o funcionarios de carrera o empleo, debe ser experta, responsable y vigía efectiva. Un intervencionismo real, con previsión y firmeza sobre estas consecuencias negativas de los actos empresariales, previos, proyectados, durante la explotación y a su liquidación, que es el gran momento final: la reversión a la naturaleza de cuanto le arrancamos entre todos.
La rama dorada de la vida siempre verdea, escribía Goethe. Se le olvidó añadir que hay que cuidarla y protegerla y la verdad es que hay pocos indicios de que así sea.
El autor es abogado