Estoy convencido de que me he dedicado los últimos años, una vez retirado de la vida profesional, a lanzar misivas con la efímera vigencia de un día. Me he dado cuenta de que provocaba la respuesta de la gente, por los comentarios de los amigos que también leían la prensa diaria. Ahora entiendo que un periódico sin cartas al director no sería prácticamente nada. Cartas, cartas y más cartas y con un objetivo claro y nítido: construir un diario más democrático. Que yo sepa, y lo que yo sé es bien poco, casi nadie presta la mínima atención a las Cartas al Director. Y sin embargo, las preguntas que surgen ante este género literario son infinitas. Me he dedicado a pensar ahora que comienza 2020, por cuáles deben ser las razones que llevan a un periódico a publicar mis referidas cartas. Se me ocurre que tal vez sea porque son las únicas colaboraciones que no tienen que pagar, o porque sirven para mantener un tono polémico, para expresar una diversidad de opiniones, que de alguna manera muestran el talante abierto del periódico. Pienso a pesar de todo que las Cartas al Director están escritas contra solemnidad, la miopía y la insensibilidad y por el contrario están a favor de la sensatez, la percepción y la sensibilidad. Mis cartas al director están elaboradas con enorme delicadeza, a veces con sentido del humor, pero llenas de ternura, melancolía; pero debo reconocer que todas ellas han nacido del humor y de la energía creadora.