reconozco que me emociona ver a veteranos resistirse al decaimiento. Valverde, Nadal, Federer, Joaquín, Scola... Y es que, de un tiempo a esta parte, la experiencia acumulada ha dejado de ser un valor para convertirse en una maldición. “¡Dejen paso a los jóvenes!”, proclaman a menudo desde múltiples instancias. Lo malo es que, la mayoría de las veces, este lema se lanza engañosamente al aire porque, lejos de reivindicar los indudables valores de las nuevas generaciones, lo que realmente se persigue es abaratar costes. Como esa medida anunciada por Telefónica de incentivar a los mayores de 52 años para que se jubilen. La compañía, que en su día fue pública hasta que Aznar la privatizó para poner al mando a su amiguete Juan Villalonga, ahora es un símbolo del capitalismo salvaje, sobre todo en su relación con sus empleados. Y con esta medida no busca sino reemplazar a trabajadores experimentados por jóvenes baratos. Que los chavales estarán muy preparados, no cabe duda, pero su principal atractivo radica en sus escasas pretensiones monetarias y su nula reivindicación de derechos, algo lógico cuando te estás abriendo camino. En un tiempo donde se intenta retrasar la jubilación para sostener las pensiones, tachar de caducos a los que cumplen 53 años me parece una aberración.