Desgraciadamente, hay humanos que no alcanzan tal etiqueta y otros tantos que la pierden cada vez que, por arte de birlibirloque, se antoja necesario hurgar en las miserias de algún congénere caído en desgracia o recién enterrado. Al parecer, las desgracias ajenas atraen, y mucho, casi tanto, como los desechos intestinales a las moscas. Perdonen el símil, pero es una evidencia que casi se ha convertido en deporte nacional. Los sucesos con final escabroso y los dramas personales ejercen una atracción desmedida en ciertos medios de comunicación que los explotan hasta la saciedad con el fin de nutrir el morbo de su público. Lo hacen con desmesura hasta el punto de que en no pocas ocasiones se rebasan líneas deontológicas que no hace falta superar para informar con criterio y profesionalidad. A la hora de escribir estas líneas se conocía el fatal desenlace de la búsqueda de la deportista Blanca Fernández Ochoa, fallecida en una de las montañas de la sierra madrileña y, casi al mismo tiempo, ya había informes completos sobre el estado sentimental, psicológico y financiero de la finada y de parte de su familia, diseccionada al milímetro por si alguna lágrima caía en prime time. En fin, supongo que hay cosas que no tienen remedio, como la condición humana, que a veces no entiende de corduras.
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