No sé si alguna vez alguien imaginó que la gestión del Brexit acabaría deparando situaciones tan surrealistas y alarmantes. No sé qué nueva frontera se puede traspasar después de que el primer ministro, Boris Johnson, haya pedido a la reina la suspensión de la actividad del Parlamento británico durante un mes, de manera que resta tiempo -la fecha para la salida de la UE está marcada para el 31 de octubre y el cierre parlamentario se extenderá del 10 de septiembre al 14 de octubre- a la oposición para intentar evitar un Brexit sin acuerdo. Y Johnson podrá vestir de buenas intenciones esta decisión y adornarse con su respeto al orden constitucional y a las bases -escritas o no- de una democracia, pero él sabe -experto como es en el discurso populista y maniqueo- que blanco y en botella, leche. Johnson obvia que es primer ministro porque 92.153 personas le han votado -el censo electoral británico supera los 46 millones de potenciales votantes-, 92.153 afiliados tories -el 0,2% del censo electoral británico-. Johnson ha heredado el puesto de Theresa May sin pasar por las urnas ni por el Parlamento y eso no es un aval de legitimidad para casi nada, menos para laminar al Parlamento en general y a la oposición en particular.
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