en un bar de carretera con su café en ebullición, sus moscas y su tortilla aceitosa, la televisión matutina, de saldo estival, rellenaba minutos de emisión con las dos grandes noticias del día. Un chaval de Almería había colgado en Internet un vídeo en el que se le veía lanzando un frigorífico por un barranco, a cara y matrícula descubierta. A la empresa donde trabajaba, en pretérito imperfecto porque le han echado, le va a caer un marrón por su negligencia a la hora de reciclar electrodomésticos, y el joven ha acabado subiendo a pulso la nevera ladera arriba, lo ha grabado, cómo no, y ha entregado el móvil en el cuartelillo de la Guardia Civil. Además, ha quedado como un imbécil ante las miles de personas que no tienen otra cosa que hacer en julio que ver la tele. El otro protagonista de la jornada era un narco conocido por grabarse en una planeadora fardando de billetes y de cómo se burla del cuerpo policial anteriormente mencionado, lo que le habrá valido un asterisco en el parte de sujetos más buscados y ha acabado con su detención, también por imbécil. Y así transcurre la vida en un país en el que el calor parece freír los sesos de sus ciudadanos y que lleva cuatro años sin un gobierno que los pastoree.