Pasó unos días de apuro Albert Rivera, asistiendo desde el puente de mando a una brutal serie de apertura de vías de agua que amenazaba la estabilidad de la nave e incluso, desde otros barcos, algún que otro capitán se frotaba las manos aventurando un naufragio en toda regla o, al menos, un zozobrar que obligara a los naranjas a refugiarse en puerto seguro. Rivera vio desfilar a un buen puñado de dirigentes críticos con su imparable escoramiento a la derecha y con el veto impuesto por el capitán a la investidura de Sánchez y lo hizo en silencio, pretendiendo quizá que el asunto no iba con él pero con un silencio tan sonoro que evidenciaba la crisis interna. Y Rivera encontró una solución, materializada ayer: diluir. Como un azucarillo en el café. El líder de Ciudadanos comunicó ayer al consejo general del partido la ampliación de la ejecutiva, con cinco ceses -dos de ellos críticos- y 22 nuevas incorporaciones leales. Rivera da por cerradas las vías de agua -queda algún crítico pero ya en una proporción muy minoritaria- porque toca resistir. Ayer le llegaba el embate del Financial Times, que concluía que Rivera “debe repensar su posición respecto a una coalición” con el PSOE porque “un acuerdo daría al señor Sánchez una mayoría estable y al país, el Gobierno que necesita”. Y quedan 55 días hasta el 23 de septiembre.