Será quizá por esa relación ciclotímica que mantiene con Kim Jong-un, un tipo aficionado -no sé si tanto como su padre- a los magnos desfiles militares como quien se va el sábado al monte, pero Donald Trump se montó el jueves un Independence Day por todo lo alto, con tanques y aviones de combate por Washington. Cuentan las crónicas que, en realidad, al presidente estadounidense se le encendió la bombillita cuando todavía intercambiaba bravatas e insultos por Twitter con el líder norcoreano, allá por 2017, cuando asistió al desfile del 14 de julio en París invitado por Emmanuel Macron. Si son espectadores más o menos aficionados de Los Simpson, no les resultara extraño ese lugar común de menosprecio estadounidense hacia Francia, quizá -no me atreveré a establecer el podio- solo superado por el mismo sentimiento en sentido contrario desde el Hexágono. Amagó Trump con un desfile aprovechando el Día del Veterano del año pasado, pero el pastizal que costaba -92 millones de dólares- le obligó a descartarlo. Pero este año ha conseguido al fin su juguete. Y Trump se vino arriba, claro, le pasaría a cualquiera. “Iremos pronto de nuevo a la Luna, y también vamos a poner la bandera en Marte pronto”, prometió. Y le oigo hablar de hollar Marte y me viene a la mente Desafío total.