hasta hace poco, yo veía con tranquilidad como los líderes de los cuatro grandes partidos españoles se mantenían agazapados en sus trincheras, porque en la política el tiempo solo se agota cuando se aprieta el botón del escaño, y a veces la mejor estrategia es no hacer nada y dejar que se muevan los demás. A Rajoy, menos al final, le fue muy bien así durante toda su carrera política. La cuestión es que el tembleque que se empieza a manifestar entre los opinadores que rondan a Sánchez e Iglesias parece legítimo y, o bien estamos picando todos en un descomunal farol a una o dos bandas, o ambos están dispuestos a jugar al todo o nada con las cartas que les han tocado, mejores las del uno que las del otro, por cierto. El peligro de tener que volver a votar otra vez parece real, tan real que el Gobierno lo descarta. La ofensiva por tierra, mar y aire para que Albert Rivera ceda y su empecinamiento en cumplir la palabra dada -manda huevos- añaden certidumbre a este augurio, y ya me veo otro domingo a la una de la madrugada dándole a efecinco cada treinta segundos hasta saber si el cuarto escaño es para Maroto o para Pinedo. Ellos verán; en la política se acaba cosechando lo que se siembra, y todos deberían preguntarse en quién va a descargar la gente su frustración.
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