Amigo lector, amiga lectora, vamos a admitirlo, porque esto es importante. Con la marcha de la primera línea de la política de Mariano hemos perdido a un crack, a una fuente de todo tipo de comentarios, reflexiones y chanzas que son impagables. Ahora que nos derretimos entre sudores atípicos para las fechas después de un invierno en el que creo que hemos visto nevar cinco segundos, y entre tanta conversación superficial sobre la caló, yo me acuerdo casi cada segundo del primo de Rajoy, de ese catedrático que un buen día le comentó al expresidente que si no era capaz de acertar con el tiempo en Sevilla a dos días vista, cómo iba a saber si el cambio climatológico era verdad o no. Como estupidez estuvo bien. Tuvo hasta su gracia en el momento. Igual que la niña de las chuches y aquel impagable ¡viva el vino! Pero más allá de la anécdota, más allá de la cantidad de informaciones que está viendo usted estos días con declaraciones inanes sobre cómo se refresca el personal en jornadas de termómetros altos, más allá de las conversaciones banales en el ascensor sobre lo dura que está la cosa o lo complicado que es dormir así, más allá de... se encuentra una realidad. No es que el cambio climático exista, es que es imparable. Y no es para reírse.
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