Es para estar orgullosos. La reciente celebración del Azkena Rock Festival en el año en el que ha alcanzado su mayoría de edad ha dejado un poso de satisfacción importante. Los datos de la cita cultural han batido todo tipo de récords, con una asistencia a Mendizabala de alrededor de 36.000 personas, con los hoteles y campings llenos hasta la bandera, con la hostelería del centro atiborrada de clientela y con un ambiente en toda la ciudad de los que gusta disfrutar, convirtiendo de esa manera a Gasteiz en una de las capitales del rock en Europa, donde se pasea con un nombre reconocido y reconocible. Muchos han sido los debates en los últimos tiempos en los habituales mentideros vitorianos sobre la necesidad de transformar a la capital en sede de eventos deportivos y culturales de primer orden. Con iniciativas como el ARF, las dudas, de existir, deberían disiparse, y ya no solo por la calidad de las estrellas internacionales que llegan a estos lares cada año para deleitar con su música y su arte sobre los escenarios, sino por la capacidad que tiene el festival para ayudar en el refuerzo de la personalidad de una urbe que, si se lo propone, sobresale en la organización de las grandes citas que han recalado en los últimos meses.
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