una de las peores consecuencias del sectarismo en la política es que esconde a la sociedad desagradables controversias que brotan en todas las familias, aunque luego en las ejecutivas de los partidos o en las reuniones entre socios sean esas cuestiones las que de verdad hacen volar los botellines de agua mineral y crujir las mesas de las salas de juntas bajo la furia de indignados puños. Es condición necesaria para poder ocultar estas realidades que el rival se ponga de perfil, porque se puede quedar también con el culo al aire o simplemente por no convenir al discurso maniqueo que impera, y salvo en el caso de Podemos, que se ha ido al extremo opuesto tuiteando en directo su descomposición, no es norma pero sí costumbre el sacrificio digno pero injusto de los más nobles en beneficio de la causa y el relato común. De esta manera, el traidor exprime los beneficios de su conducta mientras el traicionado pena y calla sus rencores, a veces bajo durísimas condiciones personales fruto de su sentido del honor, en la esperanza de que el tiempo acabe poniendo las cosas en su sitio. Y a un lado, los aliados callan, y enfrente, el antagonista equipara al traicionado con el traidor por la única razón de que ambos comparten ideario y porque al enemigo, ni agua.