Hacía tiempo que no estaba tan ocupado. No en vano, en cuestión de dos días he tenido que pasar por seis ventanillas para solicitar otros tantos documentos y certificados con los que justificar que, efectivamente, soy quien digo ser, circunstancia que, por otra parte, ya había corroborado previamente con la entrega de copias de otra serie de legajos oficiales con los que completé mi periplo administrativo por la mayor parte de las instituciones con competencias en el territorio histórico de Álava. Supongo que la burocracia es así de entretenida y que, de no existir, habría que inventarla para mantener entretenido al personal. No me vayan a entender mal, porque la verdad es que en mis sucesivas visitas a los centros de atención me he encontrado con funcionarios tremendamente eficaces, amables y predispuestos a ayudar. Lo que ocurre es que en esta época de la hiperconexión y de las ciberocurrencias, en la que toda la información sobre todo el mundo fluye a borbotones por la Red, no estaría mal que quien pide un esfuerzo al administrado facilitase la tramitación de peticiones y la relación con los administradores con el menor coste personal posible, para unos y para los otros. Aunque, a lo peor, sugerir ciertas mejoras en este país siga siendo materia utópica.