en estos tiempos que corren la censura campa a sus anchas, está prohibido salirse del cada vez más estrecho sendero de lo socialmente aceptable bajo pena de lapidación digital, y urge, a mi juicio, alzar la voz en defensa del pensamiento crítico, de la heterodoxia y de la provocación para, como desde siempre hicieron los bufones y los titiriteros, señalar a los reyes desnudos e incomodar a los cantamañanas vestidos de profetas. La sociedad nunca será libre si, aun en nombre de los más loables valores, se dedica a ahogar las voces disidentes. Eso sí, la sátira no es un fin, es un medio, y además tiene que hacer gracia. Esto lo deberían saber muy bien en la redacción de una revista en la que un tarado con un kalashnikov dejó hace no tanto una docena de cadáveres, y que sin embargo solo consigue traspasar las fronteras mediáticas de su país con chistes que no son tal, porque ni tienen gracia ni fundamento ni más objeto que pegar el cante. Son cajas vacías envueltas en papel chillón, y ya. Tocaron techo, o fondo, cuando se rieron de forma gratuita de los 300 muertos del terremoto de Amatrice y por eso ahora la sinsorgada sobre el mundial de fútbol femenino con la que pretenden escandalizarnos a todos, y supongo que especialmente a todas, no da ni frío ni calor.