da vértigo ver cómo el mundo cambia más rápido de lo que somos capaces de asimilar. Hasta hace apenas cinco años el neoliberalismo desatado que implantaron Reagan y Thatcher, y al que la caída del Muro de Berlín dio barra libre, campaba a sus anchas por los parqués bursátiles y las redes de fibra a través de las que viajan las transacciones financieras disparadas por algoritmos informáticos, mientras la política cargaba en la gente de a pie la supervivencia del sistema, haciéndole tirar del carro con una soga al cuello. Luego llegó Trump y decidió sustituir la mano invisible de Adam Smith por la que le queda a él libre mientras tuitea y entonces todo el edificio se vino abajo. Ante un escenario de ausencia de reglas los chinos tienen más posibilidades de salir victoriosos y por ello Estados Unidos ha optado por el repliegue y el atrincheramiento comercial, en lo que ya es una guerra fría declarada que, según han dicho los iraníes en un ataque de sinceridad, de momento nadie quiere llevar al punto de ebullición. Y Europa, primera economía mundial si la Wikipedia no me engaña, dedica su tiempo a psicoanalizarse y se repliega sobre sí misma en lugar de poner a alguien a los mandos de la nave y convertir estos tiempos de incertidumbre en una oportunidad.
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