No sé. Quizás todo se deba a los efectos perniciosos de los años, o simplemente, a la acumulación de esfuerzos para tratar de narrar cada acontecimiento de esta campaña electoral. A lo peor, acudir a las convocatorias de unos y otros e, intentar hacer caso a sus propuestas para la gestión de las instituciones alavesas, ha ocupado todo el espacio libre disponible en las neuronas que, muy a su pesar, aún funcionan en mi sesera, ya de por sí depauperada tras años de mal uso. Sea como fuere, lo cierto es que aún no he escrito estos días en este rincón sobre la Final Four y sobre el posicionamiento de Gasteiz en lo más alto de la cúspide de las ciudades capaces de brillar con luz propia en lo que a la organización de eventos deportivos se refiere. No seré yo quien critique lo acontecido en la ciudad con la llegada de los mejores equipos de baloncesto de Europa. De hecho, me parece que todo funcionó relativamente bien y que la capital alavesa obtendrá réditos de sus esfuerzos, que han sido muchos y variados. Otra cosa bien distinta es que la fase final de la Euroliga se ha celebrado en una ciudad que está llena de gente acostumbrada a maltratar todo aquello que la puede hacer grande y a censurar a quienes tratan de salirse del renglón de la inamovilidad.
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