El empecinamiento de Donald Trump con una de sus promesas estrella que le llevó a la presidencia de Estados Unidos, la construcción de un muro en la frontera con México para impedir el paso de inmigrantes, está llevando al límite del caos a la Administración norteamericana y, con ella, al país. Hoy se cumplirán 24 días de cierre del Gobierno federal, el más largo de la historia de Estados Unidos. Las consecuencias de estas más de tres semanas de cierre parcial están sintiéndose ya de modo agudo no solo en las decenas de miles de funcionarios -hay 800.000 empleados públicos- que se han quedado sin sueldo sino que repercute de manera importante en amplios sectores y amenaza de forma seria al conjunto de la economía. De hecho, según estimaciones de agencias internacionales, la economía de EEUU ha perdido ya más de 3.600 millones de dólares, aunque esto solo sería el principio si no se alcanza un acuerdo en breve, ya que estas pérdidas podrían duplicarse en otras dos semanas. Para muchas familias afectadas, la situación es angustiosa al quedarse sin ingresos o ayudas para el pago del alquiler de su vivienda, acrecentada por la incertidumbre sobre el futuro. Aunque, en un principio, el cierre no afecta a servicios considerados vitales como el Pentágono, la Seguridad Social o el sistema educativo, otros sectores también claves como la justicia, la agricultura, el comercio o el turismo (parques nacionales, museos, etc.) se están viendo perjudicados de manera notable, e incluso la situación puede estar afectando de manera negativa a la seguridad en el transporte aéreo, la ciencia y la salud. Toda esta situación excepcional se debe al empeño de Trump en incluir en los presupuestos una partida de 5.700 millones de dólares para la construcción del muro con México, una iniciativa inmoral a la que la oposición demócrata, que tiene mayoría en la Cámara Baja, se niega en redondo. El presidente, por su parte, rechaza cualquier acuerdo que no incluya la financiación de la valla y está dispuesto incluso a detraer fondos militares previstos para catástrofes o ataques terroristas para su construcción. Un pulso que, tratándose de Trump, está dispuesto a ganar a cualquier precio. Mientras el acuerdo parece imposible, millones de estadounidenses viven en vilo o en precario. Aunque eso poco parece importarle al presidente, obsesionado con el muro.
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