Los graves acontecimientos que han tenido lugar en las últimas horas en relación con la violencia machista han venido a retratar de manera cruda y brutal la realidad de una lacra que no cesa y, precisamente por ello, de la necesidad de continuar fomentando políticas públicas y actitudes y compromisos personales para hacerla frente. El asesinato ayer mismo de Rebeca, una joven de Laredo apuñalada presuntamente por su también joven expareja convirtiéndose en la primera víctima de la violencia machista de 2019, así como los cinco detenidos en Euskadi en las primeras horas del año por ataques a mujeres, otros arrestos -como los de dos hombres acusados de una agresión sexual a una menor en Castellón-, unidos a la nueva sentencia de ayer de la Audiencia de Navarra que deja en libertad a los condenados de La Manada, son hechos que vuelven a poner de manifiesto que no se puede bajar la guardia ni ceder un ápice ante actitudes retrógradas, misóginas, machistas, antidemocráticas y que pueden ser consideradas, como mínimo, cómplices de los crímenes contra las mujeres. Es el caso de los postulados de la formación ultraderechista Vox, que pretende abolir las leyes y anular las medidas puestas en marcha en los últimos años para atajar la violencia machista. Y, apoyado en la legitimidad que de manera irresponsable le han concedido PP y Ciudadanos al aceptar su apoyo al Gobierno que pretenden instituir las derechas en Andalucía, el partido de Santiago Abascal está tensando la situación exigiendo el veto a todo lo relativo a la ley de prevención y protección integral contra la violencia machista contenido en su acuerdo bajo la amenaza de impedir la investidura del popular Moreno Bonilla el próximo día 16. PP y Ciudadanos están en un callejón sin salida porque necesitan a Vox, a quien no se debería permitir bajo ningún concepto determinar la sostenibilidad y mucho menos el programa de un gobierno democrático, pero ansían el poder bajo un pacto vergonzoso. El ejemplo andaluz constituye con claridad el paradigma de lo que está por venir en otros estamentos. Ante esa colosal amenaza, el resto del arco político debería tejer complicidades sin maximalismos para procurar una gobernanza de alcance general respetuosa con la pluralidad y que atienda a las urgencias sociales. Y la lucha contra la violencia machista es, sin duda, una de las más urgentes.