Se ha materializado el acuerdo de Gobierno y control de las instituciones andaluzas por parte de los partidos de la derecha española. Pese a que huyen de esa identificación política -Ciudadanos-, lo cierto es que el cambio en Andalucía es fruto de un pacto a tres bandas, como ayer mismo reconocía el Partido Popular. Esa tercera pata que representa la extrema derecha ultranacionalista de Vox está siendo blanqueada por sus socios cuando debería ser puesta en evidencia. No se oculta su concepto nacional por encima de experiencias democráticas coyunturales como la vigente desde hace cuarenta años, porque no es necesariamente democrático y desde luego en absoluto constitucional, tal y como dejó en evidencia ayer al jurar sus actas de diputados andaluces “por España”. Desde luego, no por el pueblo andaluz, en el que no creen, ni por la norma fundamental del Estado que Felipe VI pretendía convertir en único empaste posible en su discurso días atrás. Pablo Casado exhibe la euforia del momento que le ha permitido llevar a segundo plano la derrota y pérdida de centenares de miles de votos en Andalucía. Este modelo de acceso al poder le vale. No requiere ni respetar la lista más votada, como reclamaba el PP de Rajoy pese a que él mismo desnaturalizó ese discurso a través de su sucursal vasca en 2009, ni abogar por modelos de reconciliación social. La derecha que se está conformando en España es arrogante en las formas y preconstitucional en el fondo. No cree en el Estado autonómico y lo quiere laminar mediante procesos de recentralización. En esto hereda un pecado que ya dejó medrar el anterior presidente con su permisividad hacia los ministros de sus gabinetes, desde la educación a la justicia y en general con una vocación de absorber y uniformizar competencias eminentemente confesional mediante una legislación básica abusiva. Esta herencia se ha fortalecido apropiándose de la interpretación de la Constitución a través del posicionamiento de magistrados afines en los órganos que tienen esa potestad. La amenaza a la convivencia es real. El discurso que esgrime el liderazgo de Casado, que admite cuando no aplaude Rivera y que se acerca sin rubor a los principios políticos de Abascal, es enemigo de la diferencia y el consenso y ponerle freno es más que una prioridad.
- Multimedia
- Servicios
- Participación