NO se puede decir que la Cumbre Mundial sobre Cambio Climático celebrada en Katowice (Polonia) haya sido un fracaso. Han hecho falta muchas horas adicionales de discusión sobre el límite previsto para que así sea, lo que ha acabado por determinar que precisamente el éxito de la misma haya sido haberse salvado del desastre que la amenazaba. Un desencuentro abierto, una ruptura de los compromisos a medio plazo por la imposibilidad de sustanciar los más inmediatos habría roto una baraja ya de por sí frágil y acosada por intereses políticos y económicos dispuestos a supeditar la realidad científica al cortoplacismo. Katowice ha salvado los muebles, como suele decirse coloquialmente, frente a la acción objetivamente obstruccionistas de varias administraciones. La norteamericana ha estado a la cabeza y ha encontrado aliados de circunstancias en Moscú -lo que deja de ser novedad también en materia de medioambiente- y el Arabia Saudí, entre otros. La evidencia científica, que habla de los riesgos objetivos del calentamiento global y de la incidencia de las emisiones industriales y energéticas en el fenómeno, no ha sido desmentida. Simplemente ha sido apartada mediante la toma de compromisos laxos, no acordes a la dimensión del reto que toca encarar. Nadie niega en el foro la necesidad de conservar los compromisos para evitar el ascenso relativamente inmediato de la temperatura media del planeta en grado y medio. Simplemente, no se han adoptado las medidas explícitas y rigurosas que requiere evitarlo. En ese sentido, el sentido general de las decisiones adoptadas en Katowice es precisamente ese: se ha eludido confrontar los hechos desde el negacionismo pero las reticencias de los países más alineados con esas teorías, por motivaciones e intereses económicos, han servido para poner freno a las medidas que podrían resultar más efectivas. El coste económico a corto plazo vuelve a bloquear la acción inmediata, cada vez más urgente. Falta un compromiso en el que los administradores del bienestar común de cada país dejen de atender al coste político personal que implicarían las acciones de la batalla contra el calentamiento global -el ejemplo de Macron en Francia y su marcha atrás por las protestas debidas a la mayor fiscalidad del gasóleo es inmediato-.
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