La jornada ciclista vivida ayer en las carreteras vascas permite ratificar de nuevo el éxito que siempre ha supuesto la tradicional relación entre el ciclismo y Euskadi: por la presencia de aficionados en calles y carreteras, tanto por cantidad como por calidad de la misma en comparación con comportamientos contemplados no hace tanto en algunas etapas del Tour de Francia; por la espectacularidad del paisaje y de la subida entre la niebla al Oiz, retransmitida en decenas de países -56 solo a través del acuerdo con la EBU- , desde Europa a Latinoamérica, Australia y Singapur; y por el desenlace deportivo de la decimoséptima etapa de La Vuelta entre Getxo y la cima de Oiz. En ese marco, resulta inapropiada e injusta cualquier apreciación ajena al deporte y, en su aspecto profesional, como es el caso, a las consecuencias económicas que su organización y desarrollo proporcionan. Así lo entiende la propia sociedad vasca más allá de esas más ínfimas que minoritarias y extemporáneas actitudes radicales que por desgracia confunden el tocino y la bicicleta y que sin embargo nunca han cuestionado el desarrollo en nuestro país de otras competiciones -de fútbol sin ir más lejos-, ya fuesen estas de índole internacional como la propia Vuelta o de ámbito meramente estatal. Entre otras razones, porque Euskadi, sus gentes y la afición vasca al ciclismo saben que la presencia del pelotón ciclista en nuestras carreteras es, independientemente del nombre de la prueba, una oportunidad inmejorable de ofrecer una visión real y propia de nuestro país e identidad y un escaparate al mundo de nuestra capacidad de acogida a quienes nos visitan. Así se ha demostrado con otros eventos deportivos que ha albergado y albergará la CAV (entre ellas, la próxima Final Four de la Euroliga en Gasteiz). En ese sentido, el desarrollo de la etapa de ayer, de la larga marcha neutralizada desde Getxo a Bilbao, de la travesía por la ciudad, de su discurrir por buena parte de las carreteras de territorio vecino, supone una garantía para próximas experiencias y retos, como la pretensión, ya muy avanzada con Amaury Sport Organisation (ASO), de que más pronto que tarde el Tour regrese a Euskadi superado el cuarto de siglo desde que en 1992 Donostia albergara la salida de la primera prueba por etapas del calendario ciclista internacional.
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