Los últimos acontecimientos que están teniendo lugar tanto respecto al flujo de migrantes como de la política migratoria que se está llevando a cabo en Europa han vuelto a poner el foco en un asunto que despierta una lógica sensibilidad desde el punto de vista humanitario pero que está desconcertando de modo especial a las distintas instituciones y también a organizaciones de diversa índole, incluidas ONG. La llegada ayer a San Roque, en Cádiz, de un buque de la organización Proactiva Open Arms con 87 personas a bordo que fueron rescatadas la semana pasada frente a las costas de Libia es la constatación de que la dimensión de la tragedia que día a día está teniendo lugar frente a nuestros ojos es mayúscula y requiere de un esfuerzo compartido para hallar una solución humanitaria y sólida. Los responsables de Open Arms denunciaron tras su desembarco que en el Mediterráneo, en pleno corazón de Europa, se están incumpliendo las normas internacionales de rescates que obligan a asistir a los náufragos y llevarles a un puerto seguro en el menor tiempo posible. Tal y como aseguró el miércoles Amnistía Internacional, el alarmante aumento de muertes en el mar “no es solo una tragedia, es una vergüenza”. Mientras, los Estados europeos -además de la nula cooperación de otros como Túnez y Libia-, en especial con la intolerable actitud de Italia y Malta como países miembros de la UE, continúan mirando hacia otro lado y sin capacidad de reacción. Euskadi, cuya competencia en la materia es muy limitada, está viviendo también de manera colateral esta tensión de personas en movimiento al estar situado en medio de la ruta de miles de migrantes en tránsito a los que intenta dar la mejor cobertura posible. En esta tesitura, cobra especial relevancia la propuesta que el lehendakari, Iñigo Urkullu, ha realizado por carta al presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, en la que demanda una “reflexión conjunta” de las instituciones de la Unión para acometer “una estrategia compartida que incluya iniciativas a corto, medio y largo plazo” mediante un compromiso colectivo de la comunidad internacional. Una iniciativa que no puede caer en saco roto porque es la única manera de abordar un fenómeno que desborda previsiones, fronteras y políticas y afecta a la esencia humana y a los valores que todos debemos compartir.
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