La insólita resolución dictada el sábado por el Tribunal Constitucional (TC) respecto a la candidatura de Carles Puigdemont a la Presidencia de la Generalitat, más allá de los análisis jurídicos y políticos de la misma y de lo que supone de clara interferencia en la independencia del poder legislativo catalán, al que impone condiciones en su propio funcionamiento-, deja en la práctica la pelota en el tejado del president cesado y huido a Bruselas. Todos los escenarios posibles dependen de la gran decisión que debe tomar el propio Puigdemont. Y en todos los casos la coyuntura es francamente complicada. La respuesta ofrecida ayer por el expresident en la que manifiesta su intención de pedir la autorización judicial para acudir a la sesión de investidura en el Parlament, tal y como le exige la resolución del TC, parece significar un acatamiento de facto del fallo del alto tribunal, lo que ya de por sí es destacable. Otra cosa es que el juez Llarena acepte la condición que plantea Puigdemont, que pasa por obtener “garantías” de que no será detenido y encarcelado, para presentarse en el Parlament. Por ello, el primer escenario sería el de que el juez del Supremo acepte que Puigdemont sea investido sin encarcelarle, lo que hoy por hoy parece impensable, ya que supondría que el dirigente independentista sería president en libertad, situación que chocaría frontalmente con toda la actuación judicial que el magistrado está llevando a cabo, en especial con el encarcelamiento, todavía hoy, de Oriol Junqueras y Joaquim Forn. El segundo escenario sería que Puigdemont acepte ser presidente incluso a sabiendas de que irá a prisión, situación que colisionaría también con su afirmación de que no se puede gobernar desde la cárcel. Una tercera vía sería la del paso a un lado del expresident y el nombramiento de un nuevo candidato, opción también muy complicada llegados a este punto, aunque quizá sea la única que pueda desatascar el enorme embrollo en el que está metida Catalunya, donde -no hay que olvidarlo- impera aún el artículo 155. El último escenario -salvo otra imaginativa cabriola política, que tampoco es descartable- sería la repetición de las elecciones -posibilidad que no se descarta ya-, con lo que ello supone de fracaso político y de prórroga de la usurpación de las instituciones catalanas y de suspensión del autogobierno. Puigdemont tiene la última palabra, siempre con permiso -en todos los sentidos- del juez Llarena.
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