Cuando murió el Cervantes germánico, Goethe, tenía en su despacho la reproducción de una locomotora que miraba como el ansiado avance hacia un gran futuro que imaginaba en los Estados Unidos de América. Un nuevo mundo para renacer, ejemplo para una Europa atascada entonces con viejos modelos. Si viviera hoy tal vez descubriría lo contrario. Los norteamericanos cada vez viven peor y, además, engañados por su presidente, Trump, quien como tramposo tahúr engaña a quienes le votaron. Su reforma para recortar impuestos a los ciudadanos se ha visto inesperadamente contestada por cuatrocientos millonarios, entre ellos Soros y Rockefeller, y piden que se impida pues sería suma impiedad con la nación. Requieren que se les cobre para se pueda invertir en educación, sanidad, etcétera. La organización Riqueza Responsable continúa la gran tradición filantrópica en ese escrito que comienza diciendo: “Somos ricos a los que nos preocupa profundamente nuestra nación y su gente, y escribimos con una sola petición: no nos corten los impuestos”. También Bill Gates o Warren Buffet, los más ricos del planeta, dijeron que querrían pagar más. No todos los acaudalados son iguales y hay quienes quieren mejorar el mundo. Algunos creemos que no debería haber ricos ni pobres, pero ¿quién sería capaz de renunciar a la fortuna si le llega? Hubo quienes así lo hicieron por motivos religiosos?
Los moralistas clásicos siempre enseñaron que quien posee riquezas ha de compartirlas o hacerlas fructificar para el bien general, los talentos hay que invertirlos para lograr el bien común y no enterrarlos o guardarlos solo para uno mismo, gastando la vida en privados placeres. Jesucristo fue especialmente duro con los pudientes, pues la mayoría no se cuida de cómo les va a los demás, demostrando mínimo amor por el prójimo. No es justo que unos nazcan con gran fortuna y otros miserables. Tampoco lo es que unos se enriquezcan cien veces más que otros, porque nadie trabaja cien veces más que otro. El sistema de impuestos debiera ser proporcional en el esfuerzo que hacemos para sostener nuestra sociedad, pero no es así y pagan más las clases medias que los millonarios.
El problema es evitar que las fortunas huyan a otros países y el mejor modo parece ser favorecer la inversión por medio de empresas o fundaciones de modo que esa riqueza sea útil para la sociedad, así como fomentar las donaciones. El capitalismo global necesita contestarse con una ética global y leyes que eviten los abusos producidos por tan grandes diferencias. Que el ejemplo del desahogado presidente no ahogue a los demás: ¡sea Europa baluarte de la fecunda justicia cuando de otros lugares huye!