Tal y como ya planteó su dirección el pasado mes de septiembre y ha trasladado a su militancia a través de la ponencia política, el congreso nacional de Aralar, el partido fundado hace 16 años fruto de una escisión de la antigua Batasuna, aprobará hoy en el Baluarte de Iruñea su autodisolución y el pase de su militancia a EH Bildu. Este paso supone, por tanto, la desaparición de una fuerza política que desde su fundación ha tenido una importancia capital en el mundo de la izquierda abertzale del que, fundamentalmente, surgió y, en especial, en la evolución de algunos de los postulados, dogmas, formas de actuación política e institucional y de “lucha” de las antiguas Herri Batasuna o Batasuna. Los dirigentes de Aralar argumentan su decisión de proceder a su disolución en que dan por cumplidos los objetivos por los que nació el partido, en especial la desaparición de la lucha armada -la violencia de ETA y la actitud ante ella fueron el origen y detonante de su creación- y la configuración de una izquierda abertzale civil y amplia -“zibil eta zabala”-, bajo aquel lema que hizo suya su militancia de “todas las personas, todas las ideas, todos los proyectos”. Es difícil saber si la evolución de la izquierda abertzale tradicional -que, por otra parte, aún no ha concluido y tiene muchos retos pendientes, como queda de manifiesto a diario en su práctica política e institucional- y, en especial, el fin de la lucha armada y el paso hacia postulados menos radicales y más pragmáticos son fundamentalmente atribuibles a la influencia de Aralar o si la formación liderada por Patxi Zabaleta ha sido un agente acelerador de los cambios que se han ido produciendo, pero lo cierto es que su nacimiento e implantación sí han significado un punto de inflexión clave en ese mundo. En este sentido, la desaparición de Aralar y su dilución en EH Bildu -considerado por su militancia como el instrumento adecuado para la acción política e institucional y para el logro de los objetivos ideológicos de la formación- se antoja como un movimiento lógico, ya que supone el regreso a su propio origen tras dieciséis años de historia. Al menos, es loable que un partido no busque excusas para perpetuarse si, tal y como expresa Aralar, los motivos por los que se fundó ya no existen y sus ideas siguen teniendo cauce de expresión y representación.
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