El huracán Irma, que se prevé produzca una enorme devastación en el sureste de Estados Unidos y que ha impulsado una orden de evacuación para más de cinco millones de personas en el estado de Florida, calificado como el más poderoso registrado nunca en el Atlántico, está ya en territorio norteamericano cuando aún se mantiene reciente la destrucción causada por Harvey y las inundaciones en Texas el pasado agosto. Dos fenómenos meteorológicos de fuerte potencial destructor que han tocado suelo en poco tiempo en Estados Unidos y que hacen necesario poner de relieve, a pesar de ser habituales en estas épocas del año, su frecuencia en este 2017 de histórica importancia en la lucha del cambio climático a resultas de los récords registrados en el planeta en el número de sequías, tormentas tropicales o fuegos descontrolados, fenómenos que no debieran llevar aparejados sus orígenes en la arbitrariedad de la meteorología sino, al menos como posibilidad real, en el calentamiento global como causa si no ya de su generación, sí de la creación de condiciones necesarias para su desarrollo y potencia destructora. Catástrofes climatológicas que nos recuerdan el ingente costo, no solo económico, sino también humano de la negación del cambio climático, una de las banderas políticas del actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, cristalizada en el abandono del Acuerdo del Cambio Climático de París de 2015, firmado por 193 países y que estableció un programa de reducción de las emisiones para paliar los efectos del cambio climático en el planeta que, a tenor de los registros de récord, está superando todas las previsiones. La política de negación climática de la nueva administración estadounidense, ahora con la alerta máxima dentro de sus fronteras y sus consecuencias con la huida masiva de la población en Florida ante la llegada de Irma y el propio Trump señalando el “potencial destructivo” del huracán, suponen la certeza de la catástrofe climática, consecuencia de niveles extremos de calentamiento y más fenómenos que afectarán a millones de personas y comunidades frente a la irresponsabilidad de mandatarios para asumir compromisos, precisamente aquellos que gobiernan las naciones más contaminantes y que, por su relevancia en la escena internacional, debieran ejercer un liderazgo valiente, colectivo y firme.
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