Como era previsible, la ya tradicional escalada de tensión que ha venido desarrollándose en los últimos meses -y en especial, desde el pasado agosto- en la Península de Corea alentada por la irresponsabilidad tanto del régimen de Pyongyang y su líder supremo, Kim Jong-un, como de EEUU y su presidente, Donald Trump, está alcanzando cotas muy cercanas a la amenaza cierta para la seguridad mundial. Aunque pueda sonar a frivolidad, simplificación o demagogia, el hecho de que la confrontación estuviera liderada por mandatarios de la talla de Jong-un y Trump no hacía augurar una resolución mínimamente sensata y satisfactoria. Ayer, Corea del Norte informó del lanzamiento de una bomba de hidrógeno de una potencia diez veces mayor a la prueba anterior y que, según el régimen comunista, puede acoplarse a un misil balístico internacional. La confirmación de una potente explosión y de que se registraran dos terremotos en la zona convierten esta nueva prueba, más allá de que sean ciertos todos los aspectos de la misma como por ejemplo su capacidad real o que la tecnología norcoreana esté tan avanzada como para poder implantar la bomba en un misil capaz de alcanzar territorio de EEUU hacen de este ensayo una provocación en toda regla a la comunidad internacional y una inaceptable amenaza que convierte a la región asiática en un gran polvorín nuclear ya tensionado en exceso durante demasiado tiempo. Hace mucho que Kim Jong-un está jugando a la provocación tanto con su vecino y natural enemigo Corea del Sur como con EEUU -sobre todo desde la llegada de Trump y sus estrambóticas y peligrosas posiciones-, como también con China, hasta ahora su gran y casi único aliado y cuya capacidad de influencia real sobre Pyongyang y, por tanto, su papel en esta crisis están quedando seriamente dañados. Así las cosas, la reacción internacional ha sido la de la condena unánime, aunque nula a efectos prácticos. En este sentido, cabe señalar, una vez más, la absoluta irrelevancia de la Unión Europea. Más allá de las diatribas de Trump, se impone una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU que adopte una posición común, firme y contundente que, mediante las medidas necesarias entre las que no se puede descartar duras sanciones y embargos, obligue a Corea del Norte a abandonar su estrategia nuclear y, con ella, su amenaza al mundo.