Los atentados de La Rambla en Barcelona y en el Paseo Marítimo de Cambrils nos han dejado muchas y escalofriantes imágenes que desearíamos no haber visto nunca, porque evitarlas no está en nuestras manos, pero verlas o no una vez que han ocurrido sí que lo está. Hay muchas diferencias en el tratamiento de la información entre estos atentados y el que sufrió Madrid el 11-M de 2004. En aquella ocasión, el ansia de mentir y ocultar la verdad de un Gobierno en horas bajas, la falta de información clara y concisa en las primeras horas e incluso días, el elevado número de víctimas y el hecho de que era la primera vez que el terrorismo yihadista atacaba en el Estado, por lo que era un enemigo con una manera de actuar desconocida para las fuerzas de Seguridad, marcaron la labor periodística que fue decisiva para que la ciudadanía supiera la verdad. Muchas cosas han cambiado. Para bien, la rapidez con la que el Govern activó su aparato de comunicación junto a los Mossos para dar oportunamente y a todos al mismo tiempo la información de la que se disponía y toda aquella que no interfería en la amplia operación policial desplegada, mostrando así una imagen de unidad en la acción policial y de transparencia en la acción política. Pero en el lado negativo ha quedado un elemento sobre el que todos debemos reflexionar -también los profesionales de la información-, el uso de las redes sociales como vehículo para difundir y compartir información sin verificar, sin filtrar y, lo que es peor, imágenes y vídeos grabados por ojos deshumanizados que anteponen el móvil a la vida, la inmediatez a la verdad y en lugar de ayudar a las víctimas deciden pasar por encima de su dolor y grabar el horror del que ellos han escapado. Y así el horror se difunde. Las fuerzas policiales, en sus recomendaciones sobre qué debemos hacer si algo similar a lo ocurrido en La Rambla sucede en nuestra ciudad, ponen como uno de los cinco pasos a seguir no difundir nada en las redes. No solo porque hay víctimas, que es lo principal, sino porque mediante esas noticias, imágenes y vídeos también se da alas a los terroristas contribuyendo a su objetivo de generar terror entre la población. El periodismo no es grabar en un móvil y mandarlo a cientos de contactos; informar no es retuitear lo primero que llega y darlo por bueno sin contrastar. Informar de hechos tan graves como un atentado exige profesionalidad, rigor y ética.