al igual que resulta difícil poner una fecha exacta al nacimiento de ETA, ya que este tuvo lugar en un proceso de progresiva radicalización de un grupo de jóvenes a finales de los años 50 y principios de los 60 del pasado siglo, también es tarea estéril intentar determinar en qué momento comenzó el principio del fin de este grupo armado, hasta el punto de que aunque ya la ciudadanía habla en pasado de su triste existencia, aún la organización no ha anunciado de forma oficial su disolución. Pero lo que sí se puede afirmar es que uno de los hitos que marcó de forma determinante el inicio de la fase terminal de ETA fue el secuestro -mañana hará veinte años- y posterior asesinato a sangre fría del concejal del Partido Popular en Ermua Miguel Ángel Blanco. Más allá de las actuaciones policiales, judiciales y políticas que durante decenios se pusieron en práctica para acabar con ETA, si algo ha propiciado el final de la violencia protagonizada por esa organización, esto ha sido el cada vez más explícito, amplio y contundente rechazo que la sociedad ha ido manifestando hacia el terrorismo. Y si se puede hablar de saltos cualitativos en esa dinámica de rechazo social, sin duda el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco se halla entre los episodios más relevantes. Cualquier asesinato es cruel y condenable, pero la secuencia de hechos a la que ETA sometió al joven edil del PP en Ermua y, con él, a toda la sociedad, alcanzó un nivel de iniquidad y sadismo que en muy pocas ocasiones, si hubo alguna de tal cariz, se había vivido hasta entonces. La ciudadanía salió a la calle, primero para exigir a ETA que liberara al edil y que no cumpliera su macabra amenaza, y luego, una vez consumada la infame sentencia, para mostrar el repudio que sentía hacia los autores del crimen y hacia quienes lo justificaban. Algo se rompió en el seno de nuestra sociedad en aquellos infaustos días, y algo se rompió también, aunque hasta la fecha nadie de ese entorno ha tenido la valentía de reconocerlo abiertamente, en las entrañas del sector político que como mínimo toleraba a ETA y que tras la bomba de la T-4 en 2006 optó por erigirse al fin en vanguardia del MLNV con una apuesta exclusiva por las vías pacíficas y democráticas. Ciertamente, el asesinato de Blanco marcó uno de esos antes y después que construyen la Historia. En este caso, la triste historia de ETA.