decía hace poco Arnaldo Otegi que en Euskadi nos escandalizamos demasiado con las trifulcas parlamentarias, que en Westminster se dan caña de la buena y no pasa nada. Ayer mismo se montó una sonora tángana en nuestro parlamento, y qué vamos a decir del de Taiwan, famoso por las catárticas bofetadas con las que dirimen sus diferencias políticas los chinos insulares. La falta de respeto en el Congreso de los Diputados está a la altura de éstos últimos y muy por encima de las duras pero flemáticas broncas de los británicos, porque no se cascan entre ellos, pero le dan y bien a la propia institución. El Candy Crush y las lecturas intelectualoides, los cacahuetes en el escaño para matar el hambre, las frases redondas sobre el papel que acaban siendo cuadradas sobre el atril, las ofensas personales, el cachondeo generalizado... Todo este desprecio, a veces incluso intencionado, a las herramientas de control a los gobiernos, y sí, también el uso espurio de las mismas para acaparar minutos en la tele, hacen tanto daño a la clase política que cuando miran por el bienestar de la gente -cuando lo hacen bien lo venden fatal- ya nadie les cree. El pueblo se acaba quedando con las formas, y a lo mejor eso se busca, reducir todo a mero forofismo tabernario, porque en el fondo no hay fondo.
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