Cuando éramos pequeños y mi ama estaba hasta más arriba de ahí mismo, solía meternos caña para que hiciéramos esto o lo otro, a lo que casi siempre solíamos contestar que dentro de cinco minutos. Su respuesta siempre era: haré, haré, haré una casa sin pared. A mí, que me intentase dejar por mentiroso me fastidiaba bastante así que terminaba por moverme haciendo claros gestos de sentirme ofendido por la duda. Pues más o menos, no se crea, el mundo de la política es igual. Y no hay que irse lejos. Un político con mando en plaza dice que hará. Promete y promete, por lo general buscándose una vía de filtración privilegiada que le asegure cero cuestionamientos presentes y futuros sobre la promesa. Según avanza la legislatura, además, el político le pilla el gusto a la cosa y hay semanas que parece desbocado. El ciudadano, que tampoco tiene que estar de forma permanente cuestionando todo lo que escucha, va tragando promesas. Incluso se ilusiona con algunas. Pero los años pasan y resulta que del 99% de las cosas anunciadas, oiga, ni leches. Eso sí, al ciudadano, cuando acaba la legislatura, habría que pedirle que tanto al político como a quienes han facilitado esa eyaculación permanente de falsedades les dijese: ya, vamos, haré, haré, haré una casa sin pared.