Será por la acumulación de años o por el acopio de hartazgo vital. Pero el caso es que hace tiempo que me dejaron de sorprender ciertos matices humanos que coinciden, precisamente, con los que confieren a ciertos individuos de la raza rasgos de necedad inabordables. Lo escribo porque, en más ocasiones de las necesarias para preservar cierto grado de higiene mental, uno, muy trabajado en aquello de aguantar memeces de grado supino, se topa reiteradamente en sus quehaceres diarios con monsergas que se atragantan y que se antojan difíciles de encauzar si no es con un buen arreón de licor del que hace crecer la barba y encresparse el matojo pectoral. Y, aún así, en esos casos, la digestión tiende a poblarse de exabruptos y vituperios, que acostumbro a tratar con píldoras de costumbre. En este momento, buena parte del mundo se echa las manos a la cabeza ante el auge de discursos como los de Marine Le Pen, Geert Wilders o Donald Trump. Los defensores de la fe democrática dicen de ellos que dividen a la sociedad y que criminalizan al diferente con sus consignas xenófobas. Supongo que tienen razón, pero me da la impresión de que llueve sobre mojado, al menos, por estos lares, donde arraigó aquello de las zapatillas Prada de los perceptores de la RGI. Lo dicho, pocas sorpresas.
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