La visita del lehendakari, Iñigo Urkullu, a Bruselas y sus citas con el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, el comisario para Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, y el coordinador del Parlamento Europeo para las negociaciones del Brexit, Guy Verhofstadt, se producen en un momento clave para resituar a Euskadi en esa otra Europa que se debe conformar ya a corto plazo. Una vez superada la violencia que ha condicionado las posibilidades de nuestro país y la imagen de nuestra sociedad a ojos de la Unión Europea, sus instituciones y sus ciudadanos, Euskadi puede y debe recuperar la posición que le permite su nítida tradición europeísta desde que José Antonio Aguirre participara en los Nuevos Equipos Internacionales, claves en la concepción intelectual de la Europa unificada, y asistiera, junto a otras personalidades vascas como Prieto, Landaburu, Basterra o Lezo de Urreztieta al Congreso de Europa de La Haya, donde en 1948 se constituyó el Movimiento Europeo que propiciaría meses después el Consejo de Europa y la denominada Declaración Schuman, germen de la construcción de la comunidad europea. Pero la reunión de Juncker con Urkullu no solo reconoce esa tradición. Europa también se interesa en el presente de una Euskadi que ha sido, primero, capaz de transformarse a pesar de las dificultades intrínsecas al enfrentamiento político que ha soportado durante décadas -desde antes de aquel Congreso de La Haya- y que, ahora, se presenta como polo de desarrollo económico e industrial, atrayente modelo sociocultural y, a través de las nuevas comunicaciones y como parte de la eurorregión en la que se inserta, nodo esencial en la vertebración de Europa; una Euskadi, en suma, que empieza a contemplarse, más allá de la UE incluso, como ejemplo. Contribuir a ese conocimiento -y al reconocimiento- por las instituciones europeas de nuestra realidad es, además, la mejor forma de hacerlo a que, asumido el Brexit, la nueva conformación de Europa a la que los retos del siglo XXI obligan se aproxime más a la que se ideó hace casi setenta años, más humanizada, diversa y cercana a la problemática de sus ciudadanos, esto es, de los pueblos que la componen; una Europa del conocimiento y el bienestar y abierta al mundo, también a quienes llegan con la pretensión de formar parte de ella.