El tímido e insuficiente distanciamiento de Sortu, a través de su portavoz Arkaitz Rodríguez, de los ataques que, firmados en ocasiones por sus juventudes, han sufrido en los últimos días distintas sedes de EAJ-PNV interpela por defecto a todo el conglomerado de la izquierda abertzale, a los partidos y formaciones que, junto a Sortu, se hallan coaligados en EH Bildu y al sector social que se identifica con ellas respecto a actitudes que no tienen cabida en una sociedad normalizada, tampoco como método de protesta política. La pretensión de Arkaitz Rodríguez, en nombre de Sortu, de minimizar o reducir el alcance político y social de lo acontecido a los hechos en sí, a la realización de pintadas o el lanzamiento de desperdicios contra los batzokis, es en realidad un vano intento de ocultar que la izquierda abertzale aún engloba sectores y actitudes para los que la política incluye el ejercicio de la amenaza y el amedrentamiento y el insulto contra quien piensa diferente o actúa con otros objetivos o intereses; que sigue sin instalarse en el nuevo tiempo que exige desterrar dinámicas y actitudes del pasado que han generado sufrimiento en nuestro país. Es decir, que la izquierda abertzale, más de un lustro después de la desaparición de la violencia en Euskadi, en pleno siglo XXI, sigue sin despojarse de la tentación de la imposición y sin corregir la desviación que le lleva a ignorar la realidad de la que es mayoría social, también la mayoría política, características ambas que definen al totalitarismo. Más allá de los hechos en sí, de la nocturnidad, del embozo bajo el que actúan para evitar ser reconocidos, lo que implica admisión previa de que la sociedad considera inmorales y rechazables sus actitudes, del señalamiento que sus actos hacen explícito, es incluso más preocupante la falta de claridad en la reprobación por parte de Sortu, la justificación por la izquierda abertzale del acoso a quien no comparte los mismos principios ideológicos en el simple hecho de que piensa y actúa diferente o de que llega a acuerdos con diferentes. Porque esa actitud de comprensión de lo incomprensible, de lo injustificable, no solo es el mejor caldo de cultivo para que dichas conductas se reproduzcan sino que además agria las relaciones políticas y al hacerlo dificulta la consecución de otros acuerdos que también son necesarios para construir Euskadi. Entre todos. Contra nadie.